Aunque estuviese enfadada, la pasión que sentía por Harry era tan grande que nada podía impedir que le deseara.
Me besó dulcemente y fui yo quien se abalanzó sobre él devorando su boca. Nos quitamos la ropa con rapidez. Se sentó en la cama y me atrajo hasta él.
«Tú eres la única mujer que yo deseo», me dijo. Sentí que temblaba de satisfacción.
Me senté sobre él y nos mecimos en un baile incesante y profundo, lento y enérgico. Así era Harry.
Y así había descubierto que era yo también. Nos compenetrábamos perfectamente y nos completábamos el uno al otro. Nunca había creído en la media naranja, pero…
«Dime que confías en mí», me pidió. «Sí», le dije. Confiaba…
Se levantó de la cama conmigo en brazos y me apretó contra la pared mientras entraba en mí desesperado. Había algo más que buen sexo entre nosotros. Como un lazo invisible que nos unía, disfrazado de deseo y de ansia por amarnos.
Mientras me agarraba fuertemente a su cuello para que no me soltara, mientras me devoraba con su boca y disfrutábamos de nuestros cuerpos sudorosos y pegados, en mi mente surgió una pregunta:
¿Era amor lo que sentíamos?
No había duda. El amor se había desatado entre nosotros. Yo amaba a Harry como no había amado nunca a otro hombre. Y Harry me amaba a mí.