Le tapé los ojos. «¿Confías en mí?» Asintió, asumiendo que debía dejarse llevar.
Me tumbé sobre él y comencé a besarle. La nariz, la boca, los ojos… «Aunque no me veas, tus manos podrán seguir tocándome.» Llevé sus manos a mi cuerpo. Mis pechos, mi cintura, mis muslos…
Llevé la joya a su boca para que la chupara. Acarició mis nalgas hasta encontrar el lugar donde colocarla. Sentí crecer su deseo, estaba sobre él y eso le excitaba.
«Juega conmigo», le pedí dulcemente. Me tumbó a su lado y comenzó a tocarme, tanteando mi cuerpo, sin ver nada.
Después, poco a poco, fue descubriendo con su boca cada línea y cada escondite de mi piel. Mi cuello, mis pechos, mi ombligo…
«No necesitas ver para darme placer», le dije. Podía sentir su lengua insaciable. ¡Me estaba volviendo loca!
Instantes después, su boca buscó la mía y la devoró de la misma forma que había hecho con mis otros labios.
Sin poder ver, me buscó con su sexo hasta encontrar el mío y entrar en mí con desesperación.
A pesar de sus ojos tapados, la torpeza no existía en Harry. Era un maestro del placer, mi maestro.