Capitulo 8
La llegada al aeropuerto Heathrow de Londres se hace en el tiempo previsto y sin complicaciones. Cuando bajamos del avión, Harry se entretiene hablando con el piloto y veo a Paul con el coche. Nick corre hacia él al verle y se tira a sus brazos. Me encanta ver cómo el hombre sonríe de felicidad al ver al muchachito.
Una vez que el pequeño se mete en el coche con Perrie y Zayn, yo miro a Paul con complicidad y le doy un abrazo. Como siempre, se queda más tieso que un palo, pero no me importa, yo lo abrazo igualmente y lo oigo decir emocionado:
—Qué alegría tenerla de nuevo en casa, señora.
Sonrío. He pasado de ser la señorita (Tn__) a ¡la señora!
—Paul, ¿no quedamos en que me llamarías por mi nombre?
El hombre asiente con la cabeza y, tras saludar a Harry con un apretón de manos, añade:
—Eso es cosa de mi mujer, señora. Que, por cierto, está como loca por tenerla de nuevo en casa.
Cuando tenemos ya el equipaje, Paul lo mete en el maletero del coche mientras Harry me agarra de la cintura con actitud posesiva, me da un beso y murmura:
—De nuevo estás en mi terreno, pequeña.
Su gesto es divertido y, pellizcándole la cintura, aclaro:
—Perdona, bonito, pero éste es mi terreno ahora también.
Divertidos, nos subimos al coche para dirigirnos a nuestra casa. Nuestro hogar. En el camino, Perrie mira por la ventanilla con curiosidad y, mientras los hombres bromean con el pequeño Nick, yo le explico por dónde pasamos.
Harry sonríe satisfecho al ver que sé manejarme tan bien por Londres y yo le guiño un ojo.
Al llegar a la casa, Paul le da al mando a distancia del coche y la verja color acero se abre. Una vez cruzamos el bonito jardín, veo en la puerta principal a Clodagh, junto a Susto y Calamar.
La mujer sonríe radiante y corre hacia el coche junto con los perros.
Emocionada, antes de que el coche pare, abro la puerta y me bajo como una loca. Susto y Calamar se abalanzan sobre mí y yo los besuqueo mientras ellos saltan y ladran de felicidad. Segundos después, mi mirada se cruza con la de Clodagh, ¡mi Clodagh!, y me fundo en un caluroso abrazo con ella.
Pero de pronto, noto que alguien me coge por el brazo y tira de mí. Al mirar, me encuentro con el gesto ofuscado de Harry. ¿Qué le pasa?
—¿Te has vuelto loca?
Sorprendida por su seriedad y, en especial, por el tono de su voz, pregunto:
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
Nick, que se tira en tromba para abrazar a Clodagh, dice desde sus brazos:
—Tía (Tuapodo), no puedes abrir la puerta con el coche en marcha. Eso es peligroso.
En ese momento soy consciente de que lo que dicen es verdad. Mi impulsividad me ha vuelto a jugar una mala pasada. Horrorizada, parpadeo. Harry ni se mueve. Qué mal ejemplo soy para Nick y, mirando a mi enfadado inglés, murmuro mientras Susto le pide que lo salude:
—Lo siento, Harry. No me he dado cuenta. He visto a Clodagh y...
El gesto de mi chico se relaja y, pasándome la mano por la cara, susurra:
—Lo sé, cariño. Pero por favor, ten más cuidado, ¿vale?
Sonrío y, abrazándome a él, suspiro.
—Te lo prometo, pero ahora, sonríe, por favor.
No duda en hacerlo. Su expresión vuelve a ser risueña y, dándome un beso en los labios, murmura:
—Te lo haré pagar en cuanto estemos a solas.
Con gesto pícaro, lo miro y cuchicheo antes de que Perrie llegue a nuestra altura:
—Guauuu... esto se pone interesante.
Después de soltar una carcajada, Harry saluda a unos enloquecidos Susto y Calamar.
¡Qué emocionados están mis perretes de vernos de nuevo!
Cuando Harry, junto con Nick, se agacha y los abraza, mi corazoncito late desbordado. Si les llegan a decir eso hace un año, ninguno de estos dos duros ingleses se lo hubieran creído. Pero ahí están, tío y sobrino prodigando mil cariños a nuestras dos mascotas.
Cuando Nick corre hacia un lateral del jardín, los perros se van tras él y, mientras Paul saca las maletas, Harry hace lo mismo con la silla de ruedas de Zayn y, una vez abierta, el mexicano se sienta en ella.
—(Tn__), ¡qué contenta estoy de verte!
—Y yo de verte a ti, Clodagh. Lo creas o no, te he echado de menos.
La mujer sonríe y, al ver que Perrie está a nuestro lado, se la presento:
—Clodagh, te presento a Perrie.
—Encantada, señorita Perrie.
—Por favor, Clodagh —dice la joven en inglés—, me sentiría más cómoda si me tutearas, como a (Tn__).
La historia se repite.
Está visto que a las chicas criadas en familias de clase media, eso de «señorita» nos incomoda y, mirando con complicidad a Clodagh, digo:
—Ya sabes, el señorita lo podemos obviar.
—Ahorita mismo evítalo, ¿vale, Clodagh? —insiste Perrie.
La mujer sonríe y, de pronto, exclama sorprendida:
—¡Hablas como la protagonista de Locura Esmeralda!
Al oír ese nombre, Perrie nos mira.
—¿Veis Locura Esmeralda en Inglaterra?
Clodagh y yo asentimos y ella insiste:
—¿En serio?
—Totalmente en serio, Perrie —respondo.
Me río por no llorar.
Todavía no entiendo cómo me he podido enganchar a un culebrón así y añado:
—No veas el enganche que tenemos con Esmeralda Mendoza y Luis Alfredo Quiñones. Qué disgusto cuando le disparan en el último capítulo. No morirá, ¿verdad?
Perrie niega con la cabeza y Clodagh y yo suspiramos agradecidas. ¡Menos mal!
—Es la telenovela más exitosa de México. Allí ya finalizó la segunda temporada.
—Aquí anuncian que el 23 de septiembre comienza de nuevo.
—Pero ¿qué me dices? —exclamo emocionada.
Clodagh asiente feliz y Perrie añade:
—En México la han repetido un par de veces. Esmeralda Mendoza se ganó el corazoncito de todas las mexicanas por su carácter combativo.
Clodagh y yo asentimos. Ese mismo efecto está ocasionando en las inglesas.
—Clodagh, ¿cómo estás, bella mujer? —pregunta Zayn.
Encantada por nuestro regreso, la mujer lo mira y responde:
—Estupendamente bien, señor Malik. ¡Bienvenido! —Y, señalando a Perrie, añade—: Déjeme decirle que su prometida, o su mujer, es preciosa.
Juas... y rejuás, ¡lo que ha dicho Clodagh!
Al oír eso, Zayn se paraliza. Perrie se pone roja como un tomate y yo, como soy una bruja, no desmiento nada cuando Clodagh, guiñándole con complicidad un ojo a Zayn, afirma convencida:
—Ha sabido usted elegir muy bien, señor.
Harry sonríe ante mi silencio. Cómo me conoce mi inglés. Pero Zayn, dispuesto a aclarar lo que yo no he querido aclarar, dice:
—Gracias, pero tengo que decirle que Perrie sólo es mi asistente personal.
Clodagh lo mira, después mira a la muchacha y, al ver su cara de apuro, junta las manos y ruega perdón.
—Disculpe, señor, mi indiscreción.
—No pasa nada, Clodagh —sonríe Zayn.
Todos entramos en la casa y, cuando llegamos al salón, oigo que Clodagh le pregunta a Perrie:
—¿Estás soltera?
—Sí.
La mujer la mira. Luego me guiña un ojo y dice:
—Te aseguro que en Inglaterra te saldrán mil pretendientes. Las morenas gustáis mucho por estos lugares.
La cara de Zayn al oír eso es todo un poema y yo, sin poderlo remediar, miro hacia otro lado para que no me vea reír. Está claro que se va a tener que aclarar con esa chilena de una vez por todas.
Por la tarde aparecen Anne, la madre de Harry, y Gemma, su hermana, con su novio James. Al verlos, Nick corre hacia ellos y los abraza. Observo la cara de Anne, que disfruta de ese contacto tan cercano con su nieto, mientras Gemma, divertida, lo coge en brazos y da vueltas con él. Nunca han estado tanto tiempo separadas del niño y su reencuentro las emociona.
Como es de suponer, al ver a Perrie las dos piensan lo mismo que ha pensado Clodagh y Zayn vuelve a aclarar que la joven no es ni su prometida, ni su mujer.
Le pregunto a Anne por Robin y ella, acercándose a mí, murmura:
—Hemos roto. —Y antes de que yo diga nada, añade—: Yo no quiero ataduras a mi edad. ¡Será por hombres!
Asiento y me río. Mi suegra nunca para de sorprenderme. ¡Es la bomba!
Durante horas, todos hablamos con familiaridad alrededor de la mesa, mientras tomamos algo y Harry y yo enseñamos nuestras fotos de la luna de miel.
Bueno, todas no. Hay unas que nos reservamos sólo para él y para mí. Son demasiado íntimas.
Al saber que Perrie está soltera, Gemma rápidamente la invita a salir una noche de juerga y yo me apunto. Estoy deseando ir al Guantanamera para ver a mis amigos, bailar salsa y gritar «¡Azúcar!».
Harry me mira y en sus ojos veo que eso no le hace ninguna gracia, pero no pienso dejar de salir con los amigos por el simple hecho de ser la señora Styles. ¡Ni de coña!
Regresar de nuevo a la rutina significa volver a aclararlo todo. Una cosa ha sido toda la vorágine de la boda y la luna de miel y otra muy diferente el día a día. Y aunque adoro a mi marido y él me adora a mí, sé que vamos a chocar. Y lo sé ya sólo con esa simple miradita.
La llegada al aeropuerto Heathrow de Londres se hace en el tiempo previsto y sin complicaciones. Cuando bajamos del avión, Harry se entretiene hablando con el piloto y veo a Paul con el coche. Nick corre hacia él al verle y se tira a sus brazos. Me encanta ver cómo el hombre sonríe de felicidad al ver al muchachito.
Una vez que el pequeño se mete en el coche con Perrie y Zayn, yo miro a Paul con complicidad y le doy un abrazo. Como siempre, se queda más tieso que un palo, pero no me importa, yo lo abrazo igualmente y lo oigo decir emocionado:
—Qué alegría tenerla de nuevo en casa, señora.
Sonrío. He pasado de ser la señorita (Tn__) a ¡la señora!
—Paul, ¿no quedamos en que me llamarías por mi nombre?
El hombre asiente con la cabeza y, tras saludar a Harry con un apretón de manos, añade:
—Eso es cosa de mi mujer, señora. Que, por cierto, está como loca por tenerla de nuevo en casa.
Cuando tenemos ya el equipaje, Paul lo mete en el maletero del coche mientras Harry me agarra de la cintura con actitud posesiva, me da un beso y murmura:
—De nuevo estás en mi terreno, pequeña.
Su gesto es divertido y, pellizcándole la cintura, aclaro:
—Perdona, bonito, pero éste es mi terreno ahora también.
Divertidos, nos subimos al coche para dirigirnos a nuestra casa. Nuestro hogar. En el camino, Perrie mira por la ventanilla con curiosidad y, mientras los hombres bromean con el pequeño Nick, yo le explico por dónde pasamos.
Harry sonríe satisfecho al ver que sé manejarme tan bien por Londres y yo le guiño un ojo.
Al llegar a la casa, Paul le da al mando a distancia del coche y la verja color acero se abre. Una vez cruzamos el bonito jardín, veo en la puerta principal a Clodagh, junto a Susto y Calamar.
La mujer sonríe radiante y corre hacia el coche junto con los perros.
Emocionada, antes de que el coche pare, abro la puerta y me bajo como una loca. Susto y Calamar se abalanzan sobre mí y yo los besuqueo mientras ellos saltan y ladran de felicidad. Segundos después, mi mirada se cruza con la de Clodagh, ¡mi Clodagh!, y me fundo en un caluroso abrazo con ella.
Pero de pronto, noto que alguien me coge por el brazo y tira de mí. Al mirar, me encuentro con el gesto ofuscado de Harry. ¿Qué le pasa?
—¿Te has vuelto loca?
Sorprendida por su seriedad y, en especial, por el tono de su voz, pregunto:
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
Nick, que se tira en tromba para abrazar a Clodagh, dice desde sus brazos:
—Tía (Tuapodo), no puedes abrir la puerta con el coche en marcha. Eso es peligroso.
En ese momento soy consciente de que lo que dicen es verdad. Mi impulsividad me ha vuelto a jugar una mala pasada. Horrorizada, parpadeo. Harry ni se mueve. Qué mal ejemplo soy para Nick y, mirando a mi enfadado inglés, murmuro mientras Susto le pide que lo salude:
—Lo siento, Harry. No me he dado cuenta. He visto a Clodagh y...
El gesto de mi chico se relaja y, pasándome la mano por la cara, susurra:
—Lo sé, cariño. Pero por favor, ten más cuidado, ¿vale?
Sonrío y, abrazándome a él, suspiro.
—Te lo prometo, pero ahora, sonríe, por favor.
No duda en hacerlo. Su expresión vuelve a ser risueña y, dándome un beso en los labios, murmura:
—Te lo haré pagar en cuanto estemos a solas.
Con gesto pícaro, lo miro y cuchicheo antes de que Perrie llegue a nuestra altura:
—Guauuu... esto se pone interesante.
Después de soltar una carcajada, Harry saluda a unos enloquecidos Susto y Calamar.
¡Qué emocionados están mis perretes de vernos de nuevo!
Cuando Harry, junto con Nick, se agacha y los abraza, mi corazoncito late desbordado. Si les llegan a decir eso hace un año, ninguno de estos dos duros ingleses se lo hubieran creído. Pero ahí están, tío y sobrino prodigando mil cariños a nuestras dos mascotas.
Cuando Nick corre hacia un lateral del jardín, los perros se van tras él y, mientras Paul saca las maletas, Harry hace lo mismo con la silla de ruedas de Zayn y, una vez abierta, el mexicano se sienta en ella.
—(Tn__), ¡qué contenta estoy de verte!
—Y yo de verte a ti, Clodagh. Lo creas o no, te he echado de menos.
La mujer sonríe y, al ver que Perrie está a nuestro lado, se la presento:
—Clodagh, te presento a Perrie.
—Encantada, señorita Perrie.
—Por favor, Clodagh —dice la joven en inglés—, me sentiría más cómoda si me tutearas, como a (Tn__).
La historia se repite.
Está visto que a las chicas criadas en familias de clase media, eso de «señorita» nos incomoda y, mirando con complicidad a Clodagh, digo:
—Ya sabes, el señorita lo podemos obviar.
—Ahorita mismo evítalo, ¿vale, Clodagh? —insiste Perrie.
La mujer sonríe y, de pronto, exclama sorprendida:
—¡Hablas como la protagonista de Locura Esmeralda!
Al oír ese nombre, Perrie nos mira.
—¿Veis Locura Esmeralda en Inglaterra?
Clodagh y yo asentimos y ella insiste:
—¿En serio?
—Totalmente en serio, Perrie —respondo.
Me río por no llorar.
Todavía no entiendo cómo me he podido enganchar a un culebrón así y añado:
—No veas el enganche que tenemos con Esmeralda Mendoza y Luis Alfredo Quiñones. Qué disgusto cuando le disparan en el último capítulo. No morirá, ¿verdad?
Perrie niega con la cabeza y Clodagh y yo suspiramos agradecidas. ¡Menos mal!
—Es la telenovela más exitosa de México. Allí ya finalizó la segunda temporada.
—Aquí anuncian que el 23 de septiembre comienza de nuevo.
—Pero ¿qué me dices? —exclamo emocionada.
Clodagh asiente feliz y Perrie añade:
—En México la han repetido un par de veces. Esmeralda Mendoza se ganó el corazoncito de todas las mexicanas por su carácter combativo.
Clodagh y yo asentimos. Ese mismo efecto está ocasionando en las inglesas.
—Clodagh, ¿cómo estás, bella mujer? —pregunta Zayn.
Encantada por nuestro regreso, la mujer lo mira y responde:
—Estupendamente bien, señor Malik. ¡Bienvenido! —Y, señalando a Perrie, añade—: Déjeme decirle que su prometida, o su mujer, es preciosa.
Juas... y rejuás, ¡lo que ha dicho Clodagh!
Al oír eso, Zayn se paraliza. Perrie se pone roja como un tomate y yo, como soy una bruja, no desmiento nada cuando Clodagh, guiñándole con complicidad un ojo a Zayn, afirma convencida:
—Ha sabido usted elegir muy bien, señor.
Harry sonríe ante mi silencio. Cómo me conoce mi inglés. Pero Zayn, dispuesto a aclarar lo que yo no he querido aclarar, dice:
—Gracias, pero tengo que decirle que Perrie sólo es mi asistente personal.
Clodagh lo mira, después mira a la muchacha y, al ver su cara de apuro, junta las manos y ruega perdón.
—Disculpe, señor, mi indiscreción.
—No pasa nada, Clodagh —sonríe Zayn.
Todos entramos en la casa y, cuando llegamos al salón, oigo que Clodagh le pregunta a Perrie:
—¿Estás soltera?
—Sí.
La mujer la mira. Luego me guiña un ojo y dice:
—Te aseguro que en Inglaterra te saldrán mil pretendientes. Las morenas gustáis mucho por estos lugares.
La cara de Zayn al oír eso es todo un poema y yo, sin poderlo remediar, miro hacia otro lado para que no me vea reír. Está claro que se va a tener que aclarar con esa chilena de una vez por todas.
Por la tarde aparecen Anne, la madre de Harry, y Gemma, su hermana, con su novio James. Al verlos, Nick corre hacia ellos y los abraza. Observo la cara de Anne, que disfruta de ese contacto tan cercano con su nieto, mientras Gemma, divertida, lo coge en brazos y da vueltas con él. Nunca han estado tanto tiempo separadas del niño y su reencuentro las emociona.
Como es de suponer, al ver a Perrie las dos piensan lo mismo que ha pensado Clodagh y Zayn vuelve a aclarar que la joven no es ni su prometida, ni su mujer.
Le pregunto a Anne por Robin y ella, acercándose a mí, murmura:
—Hemos roto. —Y antes de que yo diga nada, añade—: Yo no quiero ataduras a mi edad. ¡Será por hombres!
Asiento y me río. Mi suegra nunca para de sorprenderme. ¡Es la bomba!
Durante horas, todos hablamos con familiaridad alrededor de la mesa, mientras tomamos algo y Harry y yo enseñamos nuestras fotos de la luna de miel.
Bueno, todas no. Hay unas que nos reservamos sólo para él y para mí. Son demasiado íntimas.
Al saber que Perrie está soltera, Gemma rápidamente la invita a salir una noche de juerga y yo me apunto. Estoy deseando ir al Guantanamera para ver a mis amigos, bailar salsa y gritar «¡Azúcar!».
Harry me mira y en sus ojos veo que eso no le hace ninguna gracia, pero no pienso dejar de salir con los amigos por el simple hecho de ser la señora Styles. ¡Ni de coña!
Regresar de nuevo a la rutina significa volver a aclararlo todo. Una cosa ha sido toda la vorágine de la boda y la luna de miel y otra muy diferente el día a día. Y aunque adoro a mi marido y él me adora a mí, sé que vamos a chocar. Y lo sé ya sólo con esa simple miradita.