Capitulo 24
Una semana después, Sami estaba perfecta y tras una buena sesión de sexo en la casa de él, después de comer (Tuapodo) y él se prepararon para ir juntos a la guardería para recogerla. Al bajar al garaje, Louis accionó el mando a distancia. Las luces de un impresionante BMW parpadearon en vez de las del Aston Martin.
(Tuapodo), al verlo, lo miró e inquirió:
—¿Este coche es tuyo?
Él asintió. Tras lo ocurrido la noche del hospital, decidió hablar con su hermano y comprar un coche en el que pudiera llevar a la niña. Divertido, le contestó:
—Soy James Bond, ¿qué esperabas?
Muerta de risa, (Tuapodo) caminó hacia el vehículo y cuando entró en él, silbó y dijo:
—Huele a nuevo.
—Lo es. —Y, mirándola, preguntó—: ¿Has visto lo que hay en el asiento de atrás?
Cuando (Tuapodo) miró, se quedó sin habla. Allí había una silla nuevecita. Rosa, de las Princesas Disney, y Louis dijo:
—Es el coche de Sami y ella se merece lo mejor.
Aturdida, (Tuapodo) sonrió. No se lo podía creer: Louis había comprado un coche para llevar a su hija.
Increíble.
Cuando llegaron a la guardería, fueron juntos hasta la puerta y cuando la pequeña salió y vio a Louis, gritó:
--Pínsipeeeeeeeeeeeee.
Él sonrió y, sin dudarlo, cogió en brazos a la rubita con su corona de princesa. Sus encuentros con aquel pequeño ángel de ojos azules cada vez le gustaban más. Aquellas dos mujercitas con sus modos y maneras de ser lo tenían totalmente abducido. (Tuapodo), parpadeó y murmuró:
—Ni te cuento lo que te va a querer cuando vea su silla nueva.
Louis sonrió y cogiendo a (Tuapodo) por la cintura con gesto posesivo, dijo divertido:
—Vamos, está lloviendo. ¿Qué os parece si vamos a comer un helado al centro comercial?
Ambas asintieron y montándose en el BMW, fueron donde él había propuesto. Una vez allí, comieron un helado y Louis le compró luego a Sami una gran bolsa de chucherías.
—¿Cómo se te ocurre comprarle eso? —protestó (Tuapodo).
—A los niños les gustan.
Ella, al ver a su hija meterse a la vez dos nubes en la boca y masticarlas, replicó:
—Claro que les gusta. Pero las chuches se tienen que controlar o les pueden sentar mal.
—No digas tonterías —replicó él, divertido—. Y deja que disfrute de sus chuches.
No muy convencida, (Tuapodo) asintió. Si su hija se comía todo lo que había en aquella enorme bolsa, se pondría mala. Cogidos de la mano, caminaron por el centro comercial, mientras Sami correteaba delante de ellos. Tras visitar varias tiendas, se sentaron a tomar un café. Fue entonces cuando Louis preguntó curioso:
—¿De qué conoces a esos americanos?
—¿A quiénes?
—A ese tal Neill Jackson que estaba el otro día en el hospital y a los otros con los que te vi en la bolera.
(Tuapodo) pensó en mentir. Pero algo en ella se rebeló y, tras mirar a su hija, decidió decirle la verdad.
—Me llamo (Tn__) (Tap__) (2ap__).
—¿Cómo?
—Mi padre es americano.
—¿Qué?
—Que mi padre es americano. Vive en Texas y...
—¿Eres americana?
Al ver su expresión, (Tuapodo) se puso nerviosa y respondió:
—Mi padre es americano y aunque yo nací en España, no te voy a negar que me crié en Fort...
Pero no pudo continuar. Louis, lívido, le pidió que se callara y clavando sus ojos en ella, inquirió:
—¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Por qué te inventaste eso de que tú inglés era americanizado por haber trabajado en American Airlines?
Con el corazón a mil por todo lo que él aún no sabía, dijo:
—Escucha, Louis...
—Joder, ¡¿americana?!
La cosa empeoraba por segundos y ella se explicó:
—Si no te lo he dicho antes es porque sé que no te gustan los americanos y temí que, al saberlo, tú...
El teléfono de él sonó. (Tuapodo) miró la pantalla y leyó el nombre de Eleanor. Eso la molestó y al ver que Louis no lo cogía, cambió su tono de voz y preguntó:
—¿No lo vas a coger?
—Estoy hablando contigo —contestó en un tono duro que a (Tuapodo) no le gustó.
El móvil siguió sonando y ninguno de los dos habló ni se movió; Estaba claro que a ambos les estaba molestando algo. Finalmente Louis cogió el teléfono y cortó la llamada. El humor de (Tuapodo) había cambiado. No podía entender por qué él tenía tal rechazo a los americanos.
—¿Neill y los otros eran amigos de Luke? —preguntó él.
Dudó sobre su respuesta.
Por un lado quería seguir contándole la verdad. Necesitaba decirle quién era ella y a qué se dedicaba, pero, por otro, sabía que, si lo hacía, aquel bonito día que tanto estaba disfrutando se acabaría. Dudó. Lo pensó. Neill, Fraser y Hernández habían conocido a Luke y acabó optando por contarle una mentira a medias:
—Sí. Eran amigos de Luke, pero también lo son míos. Son personas importantes para mí a las que adoro y quiero y en especial quieren a mi hija. Y por mucho que te moleste, sí, soy medio americana.
Louis las miraba con una expresión de incomodidad absoluta. Estaba claro que el día se había jorobado y ella prosiguió:
—Esos americanos son mi familia, mis amigos. Ellos...
—Joder... no me lo puedo creer. —Y, mirándola, le advirtió—: Mantenlos alejados de mí, ¿de acuerdo?
Sentir la animadversión que Louis sentía por ellos sin conocerlos le tocó el corazón y dispuesta a defender a los hombres que tantas veces se habían arriesgado por ella, siseó enfadada:
—Ellos no van a dejar de ser mis amigos ni por ti ni por nadie. Y sí, soy medio americana y estoy muy orgullosa de serlo. Por lo tanto, tú decides si quieres seguir conociéndome o directamente te olvidas de mí, porque yo no tengo nada que decidir, ¿entendido?
Dicho esto, se levantó, caminó hacia su hija y, antes de que llegara hasta ella, Louis ya la había cogido de la mano, la había acercado a su cuerpo y la estaba besando. Cuando sus labios se separaron, él murmuró:
—De acuerdo. He captado el significado de tus palabras.
Molesta aún por el rechazo que había sentido, preguntó:
—Pero ¿qué tienes contra los americanos?
Louis se sinceró:
—Mi padre se quedó viudo cuando yo era pequeño. Conoció a Johannah, se casó con ella y, enamorado, lo puso todo a su nombre cuando se quedó embarazada de mi hermano Josh. Johannah nunca fue una madre ejemplar, ella sí que no se preocupaba ni por mi hermano ni por mí, pero mi padre la quería y a mí con eso me bastaba. Hace años, un militar americano llamado Dan Deakin se convirtió en nuestro vecino y Johannah y él se hicieron amantes y nos abandonó.
—Pero Louis, eso que me cuentas le puede pasar a cualquiera sin necesidad de que sea americano. Precisamente tengo un amigo americano cuya mujer lo ha dejado por un alemán y...
—Dan Deakin —la cortó Louis con gesto implacable— resultó ser un experto abogado del ejército americano. Cuando mi padre y Johannah se divorciaron, yo acababa de sacarme el título y mi padre se empeñó en que yo lo representara. Intenté por todos los medios luchar contra las exigencias que aquel hombre nos planteaba, llegar a un acuerdo beneficioso para ambas partes. Pero su experiencia era muy superior a la mía y me la quiso demostrar de la manera más sucia y rastrera. Al final, mi padre le tuvo que dar a Johannah y a ese americano casi todo su patrimonio. Por suerte, mi hermano Josh ese verano cumplía la mayoría de edad, porque, si no, también se hubiera tenido que ir a vivir con ellos a Oregón. Eso a mi padre lo hundió. No sólo había perdido por segunda vez a la mujer que amaba, sino que también había perdido todo aquello por lo que había luchado durante muchos años y tuvo que comenzar de nuevo de cero. Josh y yo lo ayudamos en todo lo que pudimos mientras seguíamos adelante con nuestras propias vidas y, aunque hoy por hoy mi padre vive bien, tiene su negocio y su casa, la rabia por lo que aquel hijo de puta le hizo es lo que hace que yo no soporte a los militares americanos.
Conmovida por cómo él le había abierto el corazón, (Tuapodo) le tocó el pelo horrorizada y susurró:
—Lo siento, Louis. Lo siento, cariño...
Él asintió y, mirándola, añadió:
—Pero ahora has llegado tú, la mujer más chulita, combativa y preciosa que he conocido en mi vida, y resultas ser medio americana. Y, ¿sabes?, no te puedo odiar. Conocerte está cambiando mi vida a unos niveles que ni te imaginas y quiero seguir haciéndolo. Por lo tanto, señorita (Tn__) (Tap__) (2ap__), ¿quieres hacer el favor de darme un beso para hacer que me calle de una vez y deje de decir cosas de las que más tarde me podría arrepentir?
Con el corazón latiéndole con fuerza, (Tuapodo) sonrió y lo besó. El sentimiento de fascinación que le provocaba aquel hombre se enturbiaba al pensar que no había sido totalmente sincera con él. Había ocultado algo más.
A menos de sesenta metros de ellos, en el centro comercial, Judith, que estaba de compras, se quedó parada al reconocer a Louis y su amiga (Tuapodo) besándose apasionadamente. Incrédula, se metió con rapidez en una tienda para no ser vista.
Louis, tras besar a (Tuapodo), cogió a Sami, y se la subió a los hombros.
—La madre que los parió —murmuró Judith, alucinada.
Allí estaban aquellos dos, sus amigos, besándose y jugando a las casitas, mientras a ella le hacían creer que se llevaban a matar.
Los observó durante un buen rato. Estaba claro que aquélla no era la primera vez que quedaban.
No había más que ver su complicidad para deducir que se habían visto en más ocasiones. Por ello, sin pensarlo, sacó su móvil del bolso y tecleó el número de (Tuapodo). Quería ver su reacción.
Cuando su teléfono sonó, (Tuapodo) se lo sacó del bolsillo del pantalón y al ver que se trataba de Judith le hizo una seña a Louis para que no dijera nada.
—Hola, guapa —la saludó Judith.
—Hola, ¿qué tal?
Judith, desde el interior de la tienda, contestó:
—Bien. Todo estupendo. Uisss, qué jaleo se oye, ¿dónde estás?
Tocándose el pelo, (Tuapodo) respondió:
—En una tienda de chuches, con Sami, ¿por qué?
—Estoy cerca de tu casa y era por ir a verte —respondió Judith y sin dejarla hablar, añadió—: En realidad quería invitarte el sábado a comer. Harry ha organizado un almuerzo con los amigos de baloncesto y me apetece que vengáis Sami y tú, ¿qué te parece?
(Tuapodo) reflexionó con rapidez. Al día siguiente salía de viaje, pero seguramente regresaría el viernes.
—Genial. El sábado me viene bien.
—¡Perfecto! Pues sobre las doce del mediodía te espero, ¿vale?
—Allí me tendrás.
Tras despedirse, colgaron y Judith, sin darles tregua, llamó al teléfono de Louis. Sin demora, éste bajó a la pequeña de sus hombros, se la dio a (Tuapodo) y contestó:
—Hola, preciosa.
(Tuapodo) sonrió al ver que se trataba de su amiga y se alejó con su hija.
—Hola, guapetón, ¿cómo va todo?
—Bien. Liado con el trabajo, pero todo bien.
—¿Estás muy liado?
Louis siguiendo con la mirada a (Tuapodo), que corría tras Sami, respondió:
—¡A tope!
Judith sonrió al ver su cara de tonto y preguntó:
—¿Te ha llamado Harry?
—No, ¿para qué? ¿Ocurre algo?
--Aisss, qué cabeza la suya —dijo ella—. El sábado ha organizando una comida con los compañeros de baloncesto, ¿vendrás? —Y antes de que respondiera, añadió—: Por cierto, he invitado a mi amiga (Tuapodo), ¿no te importa, verdad?
Sin dejar de observar a la mujer de la que ella hablaba, él respondió:
—Vamos a ver, morenita, ¿acaso quieres que Ironwoman y yo acabemos a gorrazos? Ya sabes que no nos soportamos y...
—Venga... hazlo por mí —lo cortó—. Sabes que (Tuapodo) me cae genial y no tiene muchos amigos en Londres. Y he pensado que quizá alguno de los chicos solteros del básquet le pueden cuadrar.
—¡¿Cuadrar?!
Judith soltó una carcajada y explicó:
—Cuando digo que le pueden cuadrar quiero decir que puede surgir algo entre ella y alguno de ellos. Ironwoman, aunque no sea tu estilo de mujer, estoy segura de que será el estilo de algún otro hombre, ¿no crees?
La expresión de Louis cambió por completo. Aquello no le hacía ni pizca de gracia. Ver a (Tuapodo), su (Tuapodo), entre sus compañeros de baloncesto como un trofeo que ganar lo enfadó, pero respondió:
—Vale. Allí estaré.
—Y para que veas que soy buena, no me enfadaré si traes a Foski contigo.
—¿A Eleanor? —preguntó descolocado—. ¿Y por qué quieres que lleve a Eleanor si no la soportas?
Judith contuvo la risa y respondió:
—Lo hago para que veas que quiero verte feliz. Igual que le busco chico a mi amiga, quiero que tú también lo pases bien.
Louis ni lo pensó. Lo último que le apetecía era ver juntas en una misma habitación a Eleanor y (Tuapodo).
—No sé, Jud. No sé si irá. Está muy liada en la CNN. Y ahora te dejo, tengo cosas que hacer. Un beso.
—Un besito, guapetón.
Una vez colgó el teléfono, Judith soltó una carcajada y cuando Louis volvió a subirse a Sami a los hombros y agarró a (Tuapodo) por la cintura, les hizo una foto para inmortalizar el momento. Aquello iba a ser divertidísimo. Después marcó el teléfono de Harry y sin contarle lo que había visto y pretendía, dijo:
—Hola, cariño. Estoy de compras y he pensado, ¿qué te parece si el sábado organizas una comida con los compañeros del básquet?
Tras la llamada de Judith, Louis se quedó pensativo.
—¿A ti te gusta alguno de mis compañeros de baloncesto? —le preguntó a (Tuapodo).
Sin saber por qué preguntaba eso, ella pensó en aquellos hombres y respondió:
—Hay un par de ellos que no están mal. —Y al ver su expresión, inquirió—: Pero bueno, ¿qué te ocurre?
Louis no quería darle más vueltas, así que la besó y propuso:
—¿Qué os parece si vamos a mi casa?
Divertida y sin querer saber qué le ocurría, (Tuapodo) asintió y los tres bajaron al garaje del centro comercial. Durante el viaje, Sami los deleitó con una de las canciones aprendidas en la guardería, que (Tuapodo) también canturreó. Louis conducía y las escuchaba hasta que, de pronto, la pequeña se calló, hizo un ruido y un extraño olor ácido inundó el coche.
—Joder... —siseó (Tuapodo) al ver lo ocurrido.
—Mami... —y se echó a llorar.
Louis arrugó la nariz y preguntó:
—¿Qué ha ocurrido? ¿A qué huele?
—Sami te ha estrenado el coche. Oficialmente, ¡queda inaugurado!
—¿Qué?
—Que ha vomitado.
—¡No jorobes!
Reprimiendo las ganas que tenía de matarlo por haber insistido en que la niña se cebara a chuches, musitó:
—Para en cuanto puedas, Louis.
Él puso el intermitente a la derecha y detuvo el coche. Al mirar hacia atrás y ver a Sami, exclamó horrorizado:
—¡Joderrrrrrrrrr!
Sin decir nada, ella le enseñó las manos manchadas y (Tuapodo), abriendo la puerta, soltó:
—Te lo dije. Tantas chuches no son buenas y ¡finalmente Sami ha vomitado!
Con rapidez, sacó a la pequeña del coche y la limpió con toallitas húmedas, mientras Louis la observaba. Por suerte, no había sido algo muy escandaloso. Cuando terminó con ella lo miró y preguntó:
—¿No piensas limpiar el coche?
Louis miró el interior del vehículo y, horrorizado, murmuró:
—Qué asco. Uff... ¡qué peste!
(Tuapodo) puso los ojos en blanco y, sin ningún remilgo, abrió todas las puertas del cochazo, sacó toallitas húmedas, limpió la silla de su hija y el respaldo del asiento. Cuando terminó, miró a Louis y dijo:
—Con esto aprenderás que a los niños no hay que comprarles una grannnnnnn bolsa de chuches. Y también aprenderás que es prácticamente imposible llevar limpio y perfecto el coche cuando hay un niño. Y esto te lo digo por el día que me llamaste «cerda» en mi propio coche.
Cuando el olor a ácido se fue un poco, los tres se montaron de nuevo. Al llegar a la puerta del garaje de Louis, éste se sorprendió al ver allí a Eleanor. Tras cruzar una mirada con (Tuapodo), se disculpó y bajó del coche.
Eleanor, al ver que quien lo acompañaba era la insoportable amiga de Judith, torció el gesto, y cuando él se le acercó, siseó:
—Te he llamado mil veces. Ahora entiendo por qué no me coges el teléfono.
Sorprendido, Louis arrugó el entrecejo y preguntó:
—¿Qué se supone que haces aquí?
Ella, con la mirada cargada de reproches, respondió:
—Te he visto con ella varias veces en el Sensations. ¿Por eso ya no atiendes mis llamadas? ¿Acaso ella te tiene en exclusiva?
—Eleanor...
—Llevamos sin vernos cerca de tres meses. Te llamo y no me atiendes. Te dejo mensajes en el contestador y no me los respondes. ¿Me puedes decir qué ocurre?
Con gesto molesto, Louis se le acercó más y dijo:
—No te entiendo. Siempre hemos disfrutado de lo que nos gusta, conscientes de que ambos somos libres para hacer lo que nos venga en gana. ¿A qué viene esto? ¿Acaso tú no te ves con Ronald Presmand o James Delored o...? ¿Quieres que siga?
—Pero tú también te ves con Maya o Kristel y yo... yo...
—Eleanor —la cortó con voz profunda—, somos libres para vernos con quien queramos. Entre tú y yo siempre quedó claro que primaba el sexo. ¿A qué viene esto ahora?
—Ella... viene a cuento de esa... esa imbécil que te espera en el coche —contestó, señalando el vehículo.
Louis, sin mirar su dedo acusador, repuso:
—Lo que hay entre ella y yo es diferente. No vuelvas a insultarla nunca más, ¿entendido?
Esas palabras cargadas de enfado pusieron a Eleanor sobre aviso, nunca había visto a Louis de aquella manera. Al no saber qué contestarle, él tomó la palabra:
—Quiero que te vayas y aceptes lo nuestro como lo que es: sexo y nada más. Nunca ha habido exclusividad entre nosotros y, por supuesto, nunca lo habrá.
Acalorada al oír unas palabras que nunca había esperado, la mujer levantó el mentón, miró con furia a (Tuapodo), que los observaba desde el interior del vehículo, y dijo:
—De acuerdo. Cuando te canses de ella, ya me llamarás.
Una vez se marchó, Louis se dio la vuelta, caminó hacia el coche y entró en él. Sin decir nada, le dio al mando del parking para que se abriera. Entonces (Tuapodo) susurró:
—Oye..., en serio... Si quieres, Sami y yo nos vamos y...
—(Tuapodo) —la cortó él y, suavizando el tono, confesó—: Lo que más deseo en este instante es estar contigo y con Sami. No me prejuzgues, pero tú no eres ella, ¿entendido?
(Tuapodo) asintió y cuando la puerta se abrió, Louis condujo hasta su plaza de aparcamiento.
Cuando entraron en la casa, la pequeña miró a su alrededor. Aquel lugar tan enorme le encantaba y (Tuapodo), consciente de lo trasto que era su hija, la agarró de la mano y la advirtió:
—Recuerda, Sami, no se toca nada, ¿entendido, cariño?
Ella asintió. En ese momento sonó el teléfono de la casa. Al no cogerlo, saltó el contestador automático y se oyó la voz de una mujer.
—Hola, mi amor, soy Kristel, ¿cómo estás? Te he llamado al móvil, pero no me lo coges. Llámame. Me muero por estar contigo.
La cara de (Tuapodo) se contrajo al oír eso tras lo que acababa de pasar en la puerta del garaje. Pero ¿dónde se estaba metiendo? Louis la miró y quiso decir algo, pero ella, conteniendo sus impulsos más primarios, levantó una mano y se le adelantó:
—No digas nada. No quiero saberlo. Somos adultos y solteros. No hay más que hablar.
En silencio, caminaron hacia la cocina y Louis preguntó:
—¿Qué os apetece?
(Tuapodo) miró la nevera y, con indiferencia, respondió:
—Sami merendará un sándwich, ¿tienes jamón cocido y pan de molde?
Él asintió, le entregó lo que ella había pedido y (Tuapodo) lo comenzó a preparar. Louis la abrazó por detrás y preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Estoy furiosa..., déjame. No quiero sentirme más ridícula de lo que me siento en este momento.
Incapaz de no decir nada más, él murmuró:
—Lo nuestro es especial...
—Pero ¿qué es lo nuestro? ¿Qué estamos haciendo?
Louis, al entender lo que ella quería saber, respondió:
—Lo nuestro es una relación, cariño. Una relación entre tú y yo. Creo recordar que en Asturias te dije que te sentía mía y tú me dijiste que me sentías tuyo. Eso lo explica todo, ¿no crees? —(Tuapodo) no respondió y él prosiguió—: Lo que tú y yo tenemos es algo bonito que tú te empeñas en ocultar. No quieres que nuestros amigos lo sepan. ¿Por qué?
Ella no respondió y Louis insistió:
—Sabes que eres especial para mí. Sabes que desde que has entrado en mi vida sólo existes tú. Sabes que... que...
Al ver que dudaba, ella preguntó:
—Que ¿qué?
—(Tuapodo), siento algo muy fuerte por ti. Me gusta el sexo. Adoro el sexo, pero sin ti para mí el sexo ya no es lo mismo. Nunca entendí mejor que ahora lo que mi amigo Harry sintió cuando conoció a Judith. Él me explicaba que sin ella el juego no tenía sentido, porque su disfrute había desaparecido. Y eso es lo que me ha pasado a mí contigo. Te has vuelto tan importante para mí que, de pronto, no concibo ir al Sensations ni a ninguna fiesta con otra mujer, porque sólo deseo estar contigo, jugar contigo y disfrutar contigo. Los celos me pueden. Odio pensar que otro te sonríe o se te insinúa cuando estás de viaje en tu trabajo y accedes a jugar con él. Imaginarte con cualquier hombre sin que yo esté me enfada, me perturba, porque te considero algo mío, algo que nadie a excepción de mí mismo puede disfrutar y...
—Louis —lo cortó ella y, pasándose las manos por el oscuro cabello, murmuró—: Yo también siento algo muy fuerte por ti y quiero que estés tranquilo. Cuando estoy de viaje no tengo ojos para nadie, porque sólo puedo pensar en ti. Nunca estaría con otro mientras tú y yo estemos juntos, porque tú eres mi mayor deseo y...
Louis no la dejó terminar. La acercó a él y la besó con desesperación. Cuando se separó de ella, (Tuapodo) sonrió y él dijo:
—Estoy tan bien contigo, que comienzo a tener miedo de que algo o alguien lo pueda estropear.
—No hay terceros, Louis. Esto es algo sólo entre tú y yo, cariño.
—¿Y por qué no quieres que nadie lo sepa?
A (Tuapodo) el sentimiento de culpa le taladraba la cabeza y finalmente respondió:
—Porque tengo miedo de que nuestras vidas se normalicen y la chispa que hay entre tú y yo desaparezca. Pienso que este secretismo sigue aumentando nuestro morbo y...
—Pero qué malota eres —rió Louis.
—Muy... muy malota —convino (Tuapodo), al ver que lo había convencido.
Él asintió y, (Tuapodo), tras darle un último beso, se deshizo de su abrazo y se marchó totalmente descompuesta en busca de su hija. ¿Cómo podía ser ella tan mala persona?
Louis recordó algo que tenía en la nevera y sin dudarlo lo sacó. Mientras ella le daba de merendar a Sami, él cortó trocitos de fruta y una vez lo tuvo todo preparado, fue con ello hasta el comedor, donde (Tuapodo) lo esperaba.
Cuando ésta lo vio, sonrió mientras Sami olvidaba su sándwich para centrarse en el tentador chocolate líquido. Durante un rato, los tres rieron y la pequeña lo llenó todo de chocolate. Quería ser la primera en probarlo y cuando se sació, se sentó en el suelo y comenzó a sacar del enorme bolso de su madre todos sus juguetes.
—Pero ¿eso es un bolso o una tienda? —se mofó Louis.
(Tuapodo), olvidando lo ocurrido minutos antes, con una cautivadora sonrisa explicó:
—Cuando eres mami, el bolso se convierte en el almacén de juguetes. No conozco una sola madre que no tenga un bolso mágico.
Louis, al ver que la niña les dejaba un pequeño margen, mojó una fruta en chocolate y, acercándose a (Tuapodo), murmuró, tentándola:
—Abre la boca.
Divertida, ella preguntó:
—¿Qué pretendes hacer con mi hija delante?
—Abre la boca y lo verás.
(Tuapodo) lo hizo y él, tras dejarle caer unas gotas de chocolate en los labios, introdujo la fruta en su boca. Después la atrajo hacia él y con su lengua rebañó las gotas que antes había dejado caer, mientras decía:
—Así voy a mojar mi fresa y la voy a chupar después —dijo.
Acalorada, (Tuapodo) soltó una carcajada y con el rabillo del ojo, Louis observó que Sami continuaba atareada con el bolso de su madre.
—¿No tendrá sueño? —preguntó mirando a la pequeña.
—No... Duerme la siesta en la guardería —se mofó.
—¡Mierda!
—Sí... ¡mierda!
Louis sonrió y murmuró:
—Te deseo...
—Y yo a ti... y más tras saber lo que pretendes hacer con «tu fresa». —Ambos rieron—. Pero cuando hay niños, el sexo pasa a un segundo plano, pínsipe morboso.
Deseoso de desnudarla y pringarla de chocolate como aquel día en el hotel, él sonrió, pero la sonrisa se le congeló en la boca al ver que Sami estaba delante de la estantería donde guardaba sus joyas musicales en vinilo. Horrorizado, observó cómo cogía uno de aquellos discos y, plantándole las manos sucias de chocolate, lo soltaba en el suelo y se sentaba sobre él.
(Tuapodo), al ver su gesto, miró en la dirección en que él miraba y de un salto se levantó del sillón, corrió hacia su hija y rescató el vinilo de debajo del trasero de la pequeña.
—Esto no se toca, Sami. Es de mayores —la regañó.
—Me gustaaaaaaaaaa.
Louis, cogió el disco de las manos de ella y lo miró. Reprimiendo lo que quería decir, murmuró en tono suave:
—No pasa nada.
(Tuapodo) sonrió.
—Vamos. Protesta o la cabeza te explotará.
Louis, al entender por qué decía eso, exclamó:
—¡Joder! Este vinilo es un clásico de Jim Morrison. —Y al ver la cara de ella, añadió—: Disculpa, pero no estoy acostumbrado a que vengan niños a mi casa.
—Se nota —asintió (Tuapodo)—. Esto es el paraíso de destrucción de un niño. ¡Lo tienes todo a mano! Si pretendes que mi hija vuelva por aquí, creo que deberías replantearte ciertas cosas, ¿no crees?
De pronto, la televisión se encendió a todo volumen. Sami tenía el mando en las manos y con un dedo iba dándole a todos los botones, cambiando de canal. Los dos corrieron hacia ella y cuando Louis le quitó el mando de su carísimo televisor, la niña lo miró y preguntó:
—¿No se toca?
—No, princesa.
—Vale... —Y se encogió de hombros.
(Tuapodo), acercándose a él, sonrió y, mirándolo, murmuró:
—Muy bien, pínsipe..., lo has hecho muy bien.
Pero en ese instante se oyó un golpe contra el suelo. Al mirar, vieron que se trataba de una figura y Sami, mirándolos, dijo, levantando las manitas:
—¡Ups! Se ha caío solito.
Louis caminó hacia allá. (Tuapodo) suspiró y sentenció:
—Hora de la muerte, las 18:30. Descanse en paz.
Al oírla, Louis quiso protestar, pero ella añadió:
—Prometo que abriremos la hucha y te compraremos una más bonita.
Al ver el apuro en su cara, Louis sonrió y, besándola en el cuello, respondió:
—Ni se te ocurra... No te preocupes, Sami es pequeñita.
Pero dos minutos después, cuando la pequeñita había dejado las huellas de sus dedos por todas partes, tirado varios discos y tocado todos los botones de su portátil, ya no pensaba igual e, intentando que aquel pequeño diablo de ojos azules se relajara, preguntó, olvidándose de (Tuapodo):
—¿A qué quieres jugar, Sami?
—A las pinsesassssssssssssss y sus caballitosssssssssssssss.
(Tuapodo) soltó una carcajada. Sabía lo que su hija quería decir y, sin que ella se moviera, la pequeña fue hasta su bolso, de donde sacó dos coronitas rosa con piedrecitas brillantes y varios pequeños ponis.
Una se la puso a su madre y cuando fue a ponerle la otra a Louis, éste murmuró mirando a (Tuapodo):
—¿Tengo que ponerme esto?
—Ajá... y escoger un poni. El rosa de pintitas amarillas no, que es su preferido.
Con la coronita en la mano, la cría lo miró e indicó:
—Mami es la pinsesa Bancanieves y tú la pinsesa Bella.
—¡Dirás Bello!
—Noooooooo. —Y poniéndole la corona en la cabeza, aclaró—: Tú, pinsesa Bella.
(Tuapodo), siguiéndole el juego, miró a Louis y preguntó:
—Princesa Bella, ¿quieres que te pintemos los labios?
Louis, totalmente descolocado, no supo qué decir y cuando Sami sonrió, esa sonrisa le llegó al corazón y finalmente musitó:
—Vale..., pero no se lo contéis a nadie.
(Tuapodo) asintió muerta de risa y, contra todo pronóstico, Louis lució una estupenda coronita en la cabeza durante más de cuarenta y cinco minutos, se dejó pintar los labios por Sami y jugó a correr con los ponis. Finalmente, (Tuapodo), para echarle una mano, propuso:
—Sami, ¿quieres ver dibujitos?
—Sííííííííííííí.
Sin dudarlo, (Tuapodo) cogió el mando de la tele, comenzó a buscar dibujos y cuando apareció Dora la Exploradora, la pequeña se sentó en el suelo y, como si tuviera un interruptor, se desconectó. Dejó de hablar, de correr y de exigir.
Louis, aturdido por todo lo que había ocurrido en la última hora, se sentó en el sillón y mirando a una divertida (Tuapodo), preguntó:
—¿Por qué no le has puesto antes los dibujos?
—Porque quería que disfrutaras de la pequeñita.
—Eres malvada, ¿te lo he dicho alguna vez?
Ella sonrió.
—Sí, pero nunca con coronita y los labios rojos.
Al ver la guasa en sus palabras, y en especial de sus gestos, rió y le hizo cosquillas en la cintura.
Cuando paró, se levantaron y caminaron hacia la cocina para dejar allí las frutas sobrantes y el chocolate. (Tuapodo) cogió papel de cocina y, tras darle un cariñoso beso, le limpió los labios mientras preguntaba:
—¿Dónde has comprado este chocolate tan rico?
—En una tienda donde sólo venden delicatessen. Se supone que este chocolate es para calentar y jugar. —(Tuapodo) sonrió y él añadió en un tono íntimo y tentador—: Lo de tu fresa queda pendiente para otro día. No veo el momento de comerte otra vez con chocolate.
Divertida, lo besó.
—¿Sabes que estás muy sexy con la coronita?
—Coronita... te voy a dar yo a ti —respondió Louis apretándola contra su cuerpo.
Unos besos calientes contra la encimera de la cocina los puso a ambos como una moto. Se deseaban. Se necesitaban. Y sin querer, ni poder remediarlo, con un ojo puesto en la entrada de la cocina, Louis le desabrochó los pantalones, se bajó los suyos y, dándole la vuelta, murmuró:
—Odio el sexo rápido, pero creo que no tenemos otra opción.
(Tuapodo) asintió. No había otra opción. Lo deseaba y colocándose en un lugar donde la pequeña no los veía pero desde el cual ella controlaba sus movimientos, dijo:
—Hazlo....
Se agarró a la encimera que ocultaba su cuerpo mientras Louis le sacaba una pierna del pantalón y las bragas. Una vez liberada, le separó las piernas, paseó su mano por la húmeda vagina y murmuró:
—Sorpréndeme. ¿Qué quieres que te haga, preciosa?
—Fóllame.
Se puso detrás de ella, sacó su duro pene del calzoncillo y, sin preliminares, le abrió la vagina y la penetró. (Tuapodo) dio un respingo y jadeó.
—Chisss... no seas escandalosa, pinsesa Bancanieves —rió Louis.
(Tuapodo) asintió y dispuesta a que sintiera lo mismo que ella había sentido, movió las caderas y cuando lo oyó gemir, se mofó.
—Chisss... pinsesa Bella, no levantes la voz.
Agarrándola por la cintura, Louis sonrió y, sin descanso, una y otra vez la penetró en un juego morboso e infernal que lo excitó. (Tuapodo) disfrutó y se dejó mover. Ansiaba sentir lo que él le ofrecía y dejó que llevara la iniciativa, dedicándose a disfrutar hasta que llegaron al clímax.
Tras un par de minutos en los que ninguno de los dos se movió, Louis cogió papel de cocina, limpió a (Tuapodo) y su erección y, dándole un cariñoso cachete en el culo, murmuró:
—Vístete antes de que desee comenzar otra vez.
Divertida, ella se recompuso y, cuando terminó, se volvió hacia él y, acercando su boca a la suya, le confesó:
—Te voy a echar de menos estos días.
—¿Por qué me vas a echar de menos? —preguntó sorprendido.
Sin decirle la verdad de su viaje, respondió:
—Mañana tengo que trabajar y estaré un par de días fuera.
—¿Vuelas?
—Sí.
—¿Adónde vas?
—A Escocia —respondió sin pensar.
—¿Y cuándo me lo pensabas decir?
—Pues ahora.
Louis frunció el cejo. Sus viajes cada vez lo tensaban más. Además, los escoceses tenían fama de mujeriegos. No quería perderla de vista, pero al ver que ella sonreía, sonrió a su vez y musitó:
—Quiero verte vestida de azafata. Llámame cuando regreses e iré a recogerte al aeropuerto.
(Tuapodo) soltó una carcajada y, sin contestar, salió hacia el salón, donde su hija esperaba.
Aquella noche, tras hacer furtivamente el amor en la cocina, él la invitó a que se quedaran a dormir allí, pero (Tuapodo) no aceptó. Al día siguiente tenía que volar.
Cuando ella se marchó con Sami y Louis se quedó solo en su casa, miró a su alrededor. El caos que reinaba en el salón era tremendo, su coche olía a vómito, pero se dirigió a la cama sonriendo.
Una semana después, Sami estaba perfecta y tras una buena sesión de sexo en la casa de él, después de comer (Tuapodo) y él se prepararon para ir juntos a la guardería para recogerla. Al bajar al garaje, Louis accionó el mando a distancia. Las luces de un impresionante BMW parpadearon en vez de las del Aston Martin.
(Tuapodo), al verlo, lo miró e inquirió:
—¿Este coche es tuyo?
Él asintió. Tras lo ocurrido la noche del hospital, decidió hablar con su hermano y comprar un coche en el que pudiera llevar a la niña. Divertido, le contestó:
—Soy James Bond, ¿qué esperabas?
Muerta de risa, (Tuapodo) caminó hacia el vehículo y cuando entró en él, silbó y dijo:
—Huele a nuevo.
—Lo es. —Y, mirándola, preguntó—: ¿Has visto lo que hay en el asiento de atrás?
Cuando (Tuapodo) miró, se quedó sin habla. Allí había una silla nuevecita. Rosa, de las Princesas Disney, y Louis dijo:
—Es el coche de Sami y ella se merece lo mejor.
Aturdida, (Tuapodo) sonrió. No se lo podía creer: Louis había comprado un coche para llevar a su hija.
Increíble.
Cuando llegaron a la guardería, fueron juntos hasta la puerta y cuando la pequeña salió y vio a Louis, gritó:
--Pínsipeeeeeeeeeeeee.
Él sonrió y, sin dudarlo, cogió en brazos a la rubita con su corona de princesa. Sus encuentros con aquel pequeño ángel de ojos azules cada vez le gustaban más. Aquellas dos mujercitas con sus modos y maneras de ser lo tenían totalmente abducido. (Tuapodo), parpadeó y murmuró:
—Ni te cuento lo que te va a querer cuando vea su silla nueva.
Louis sonrió y cogiendo a (Tuapodo) por la cintura con gesto posesivo, dijo divertido:
—Vamos, está lloviendo. ¿Qué os parece si vamos a comer un helado al centro comercial?
Ambas asintieron y montándose en el BMW, fueron donde él había propuesto. Una vez allí, comieron un helado y Louis le compró luego a Sami una gran bolsa de chucherías.
—¿Cómo se te ocurre comprarle eso? —protestó (Tuapodo).
—A los niños les gustan.
Ella, al ver a su hija meterse a la vez dos nubes en la boca y masticarlas, replicó:
—Claro que les gusta. Pero las chuches se tienen que controlar o les pueden sentar mal.
—No digas tonterías —replicó él, divertido—. Y deja que disfrute de sus chuches.
No muy convencida, (Tuapodo) asintió. Si su hija se comía todo lo que había en aquella enorme bolsa, se pondría mala. Cogidos de la mano, caminaron por el centro comercial, mientras Sami correteaba delante de ellos. Tras visitar varias tiendas, se sentaron a tomar un café. Fue entonces cuando Louis preguntó curioso:
—¿De qué conoces a esos americanos?
—¿A quiénes?
—A ese tal Neill Jackson que estaba el otro día en el hospital y a los otros con los que te vi en la bolera.
(Tuapodo) pensó en mentir. Pero algo en ella se rebeló y, tras mirar a su hija, decidió decirle la verdad.
—Me llamo (Tn__) (Tap__) (2ap__).
—¿Cómo?
—Mi padre es americano.
—¿Qué?
—Que mi padre es americano. Vive en Texas y...
—¿Eres americana?
Al ver su expresión, (Tuapodo) se puso nerviosa y respondió:
—Mi padre es americano y aunque yo nací en España, no te voy a negar que me crié en Fort...
Pero no pudo continuar. Louis, lívido, le pidió que se callara y clavando sus ojos en ella, inquirió:
—¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Por qué te inventaste eso de que tú inglés era americanizado por haber trabajado en American Airlines?
Con el corazón a mil por todo lo que él aún no sabía, dijo:
—Escucha, Louis...
—Joder, ¡¿americana?!
La cosa empeoraba por segundos y ella se explicó:
—Si no te lo he dicho antes es porque sé que no te gustan los americanos y temí que, al saberlo, tú...
El teléfono de él sonó. (Tuapodo) miró la pantalla y leyó el nombre de Eleanor. Eso la molestó y al ver que Louis no lo cogía, cambió su tono de voz y preguntó:
—¿No lo vas a coger?
—Estoy hablando contigo —contestó en un tono duro que a (Tuapodo) no le gustó.
El móvil siguió sonando y ninguno de los dos habló ni se movió; Estaba claro que a ambos les estaba molestando algo. Finalmente Louis cogió el teléfono y cortó la llamada. El humor de (Tuapodo) había cambiado. No podía entender por qué él tenía tal rechazo a los americanos.
—¿Neill y los otros eran amigos de Luke? —preguntó él.
Dudó sobre su respuesta.
Por un lado quería seguir contándole la verdad. Necesitaba decirle quién era ella y a qué se dedicaba, pero, por otro, sabía que, si lo hacía, aquel bonito día que tanto estaba disfrutando se acabaría. Dudó. Lo pensó. Neill, Fraser y Hernández habían conocido a Luke y acabó optando por contarle una mentira a medias:
—Sí. Eran amigos de Luke, pero también lo son míos. Son personas importantes para mí a las que adoro y quiero y en especial quieren a mi hija. Y por mucho que te moleste, sí, soy medio americana.
Louis las miraba con una expresión de incomodidad absoluta. Estaba claro que el día se había jorobado y ella prosiguió:
—Esos americanos son mi familia, mis amigos. Ellos...
—Joder... no me lo puedo creer. —Y, mirándola, le advirtió—: Mantenlos alejados de mí, ¿de acuerdo?
Sentir la animadversión que Louis sentía por ellos sin conocerlos le tocó el corazón y dispuesta a defender a los hombres que tantas veces se habían arriesgado por ella, siseó enfadada:
—Ellos no van a dejar de ser mis amigos ni por ti ni por nadie. Y sí, soy medio americana y estoy muy orgullosa de serlo. Por lo tanto, tú decides si quieres seguir conociéndome o directamente te olvidas de mí, porque yo no tengo nada que decidir, ¿entendido?
Dicho esto, se levantó, caminó hacia su hija y, antes de que llegara hasta ella, Louis ya la había cogido de la mano, la había acercado a su cuerpo y la estaba besando. Cuando sus labios se separaron, él murmuró:
—De acuerdo. He captado el significado de tus palabras.
Molesta aún por el rechazo que había sentido, preguntó:
—Pero ¿qué tienes contra los americanos?
Louis se sinceró:
—Mi padre se quedó viudo cuando yo era pequeño. Conoció a Johannah, se casó con ella y, enamorado, lo puso todo a su nombre cuando se quedó embarazada de mi hermano Josh. Johannah nunca fue una madre ejemplar, ella sí que no se preocupaba ni por mi hermano ni por mí, pero mi padre la quería y a mí con eso me bastaba. Hace años, un militar americano llamado Dan Deakin se convirtió en nuestro vecino y Johannah y él se hicieron amantes y nos abandonó.
—Pero Louis, eso que me cuentas le puede pasar a cualquiera sin necesidad de que sea americano. Precisamente tengo un amigo americano cuya mujer lo ha dejado por un alemán y...
—Dan Deakin —la cortó Louis con gesto implacable— resultó ser un experto abogado del ejército americano. Cuando mi padre y Johannah se divorciaron, yo acababa de sacarme el título y mi padre se empeñó en que yo lo representara. Intenté por todos los medios luchar contra las exigencias que aquel hombre nos planteaba, llegar a un acuerdo beneficioso para ambas partes. Pero su experiencia era muy superior a la mía y me la quiso demostrar de la manera más sucia y rastrera. Al final, mi padre le tuvo que dar a Johannah y a ese americano casi todo su patrimonio. Por suerte, mi hermano Josh ese verano cumplía la mayoría de edad, porque, si no, también se hubiera tenido que ir a vivir con ellos a Oregón. Eso a mi padre lo hundió. No sólo había perdido por segunda vez a la mujer que amaba, sino que también había perdido todo aquello por lo que había luchado durante muchos años y tuvo que comenzar de nuevo de cero. Josh y yo lo ayudamos en todo lo que pudimos mientras seguíamos adelante con nuestras propias vidas y, aunque hoy por hoy mi padre vive bien, tiene su negocio y su casa, la rabia por lo que aquel hijo de puta le hizo es lo que hace que yo no soporte a los militares americanos.
Conmovida por cómo él le había abierto el corazón, (Tuapodo) le tocó el pelo horrorizada y susurró:
—Lo siento, Louis. Lo siento, cariño...
Él asintió y, mirándola, añadió:
—Pero ahora has llegado tú, la mujer más chulita, combativa y preciosa que he conocido en mi vida, y resultas ser medio americana. Y, ¿sabes?, no te puedo odiar. Conocerte está cambiando mi vida a unos niveles que ni te imaginas y quiero seguir haciéndolo. Por lo tanto, señorita (Tn__) (Tap__) (2ap__), ¿quieres hacer el favor de darme un beso para hacer que me calle de una vez y deje de decir cosas de las que más tarde me podría arrepentir?
Con el corazón latiéndole con fuerza, (Tuapodo) sonrió y lo besó. El sentimiento de fascinación que le provocaba aquel hombre se enturbiaba al pensar que no había sido totalmente sincera con él. Había ocultado algo más.
A menos de sesenta metros de ellos, en el centro comercial, Judith, que estaba de compras, se quedó parada al reconocer a Louis y su amiga (Tuapodo) besándose apasionadamente. Incrédula, se metió con rapidez en una tienda para no ser vista.
Louis, tras besar a (Tuapodo), cogió a Sami, y se la subió a los hombros.
—La madre que los parió —murmuró Judith, alucinada.
Allí estaban aquellos dos, sus amigos, besándose y jugando a las casitas, mientras a ella le hacían creer que se llevaban a matar.
Los observó durante un buen rato. Estaba claro que aquélla no era la primera vez que quedaban.
No había más que ver su complicidad para deducir que se habían visto en más ocasiones. Por ello, sin pensarlo, sacó su móvil del bolso y tecleó el número de (Tuapodo). Quería ver su reacción.
Cuando su teléfono sonó, (Tuapodo) se lo sacó del bolsillo del pantalón y al ver que se trataba de Judith le hizo una seña a Louis para que no dijera nada.
—Hola, guapa —la saludó Judith.
—Hola, ¿qué tal?
Judith, desde el interior de la tienda, contestó:
—Bien. Todo estupendo. Uisss, qué jaleo se oye, ¿dónde estás?
Tocándose el pelo, (Tuapodo) respondió:
—En una tienda de chuches, con Sami, ¿por qué?
—Estoy cerca de tu casa y era por ir a verte —respondió Judith y sin dejarla hablar, añadió—: En realidad quería invitarte el sábado a comer. Harry ha organizado un almuerzo con los amigos de baloncesto y me apetece que vengáis Sami y tú, ¿qué te parece?
(Tuapodo) reflexionó con rapidez. Al día siguiente salía de viaje, pero seguramente regresaría el viernes.
—Genial. El sábado me viene bien.
—¡Perfecto! Pues sobre las doce del mediodía te espero, ¿vale?
—Allí me tendrás.
Tras despedirse, colgaron y Judith, sin darles tregua, llamó al teléfono de Louis. Sin demora, éste bajó a la pequeña de sus hombros, se la dio a (Tuapodo) y contestó:
—Hola, preciosa.
(Tuapodo) sonrió al ver que se trataba de su amiga y se alejó con su hija.
—Hola, guapetón, ¿cómo va todo?
—Bien. Liado con el trabajo, pero todo bien.
—¿Estás muy liado?
Louis siguiendo con la mirada a (Tuapodo), que corría tras Sami, respondió:
—¡A tope!
Judith sonrió al ver su cara de tonto y preguntó:
—¿Te ha llamado Harry?
—No, ¿para qué? ¿Ocurre algo?
--Aisss, qué cabeza la suya —dijo ella—. El sábado ha organizando una comida con los compañeros de baloncesto, ¿vendrás? —Y antes de que respondiera, añadió—: Por cierto, he invitado a mi amiga (Tuapodo), ¿no te importa, verdad?
Sin dejar de observar a la mujer de la que ella hablaba, él respondió:
—Vamos a ver, morenita, ¿acaso quieres que Ironwoman y yo acabemos a gorrazos? Ya sabes que no nos soportamos y...
—Venga... hazlo por mí —lo cortó—. Sabes que (Tuapodo) me cae genial y no tiene muchos amigos en Londres. Y he pensado que quizá alguno de los chicos solteros del básquet le pueden cuadrar.
—¡¿Cuadrar?!
Judith soltó una carcajada y explicó:
—Cuando digo que le pueden cuadrar quiero decir que puede surgir algo entre ella y alguno de ellos. Ironwoman, aunque no sea tu estilo de mujer, estoy segura de que será el estilo de algún otro hombre, ¿no crees?
La expresión de Louis cambió por completo. Aquello no le hacía ni pizca de gracia. Ver a (Tuapodo), su (Tuapodo), entre sus compañeros de baloncesto como un trofeo que ganar lo enfadó, pero respondió:
—Vale. Allí estaré.
—Y para que veas que soy buena, no me enfadaré si traes a Foski contigo.
—¿A Eleanor? —preguntó descolocado—. ¿Y por qué quieres que lleve a Eleanor si no la soportas?
Judith contuvo la risa y respondió:
—Lo hago para que veas que quiero verte feliz. Igual que le busco chico a mi amiga, quiero que tú también lo pases bien.
Louis ni lo pensó. Lo último que le apetecía era ver juntas en una misma habitación a Eleanor y (Tuapodo).
—No sé, Jud. No sé si irá. Está muy liada en la CNN. Y ahora te dejo, tengo cosas que hacer. Un beso.
—Un besito, guapetón.
Una vez colgó el teléfono, Judith soltó una carcajada y cuando Louis volvió a subirse a Sami a los hombros y agarró a (Tuapodo) por la cintura, les hizo una foto para inmortalizar el momento. Aquello iba a ser divertidísimo. Después marcó el teléfono de Harry y sin contarle lo que había visto y pretendía, dijo:
—Hola, cariño. Estoy de compras y he pensado, ¿qué te parece si el sábado organizas una comida con los compañeros del básquet?
Tras la llamada de Judith, Louis se quedó pensativo.
—¿A ti te gusta alguno de mis compañeros de baloncesto? —le preguntó a (Tuapodo).
Sin saber por qué preguntaba eso, ella pensó en aquellos hombres y respondió:
—Hay un par de ellos que no están mal. —Y al ver su expresión, inquirió—: Pero bueno, ¿qué te ocurre?
Louis no quería darle más vueltas, así que la besó y propuso:
—¿Qué os parece si vamos a mi casa?
Divertida y sin querer saber qué le ocurría, (Tuapodo) asintió y los tres bajaron al garaje del centro comercial. Durante el viaje, Sami los deleitó con una de las canciones aprendidas en la guardería, que (Tuapodo) también canturreó. Louis conducía y las escuchaba hasta que, de pronto, la pequeña se calló, hizo un ruido y un extraño olor ácido inundó el coche.
—Joder... —siseó (Tuapodo) al ver lo ocurrido.
—Mami... —y se echó a llorar.
Louis arrugó la nariz y preguntó:
—¿Qué ha ocurrido? ¿A qué huele?
—Sami te ha estrenado el coche. Oficialmente, ¡queda inaugurado!
—¿Qué?
—Que ha vomitado.
—¡No jorobes!
Reprimiendo las ganas que tenía de matarlo por haber insistido en que la niña se cebara a chuches, musitó:
—Para en cuanto puedas, Louis.
Él puso el intermitente a la derecha y detuvo el coche. Al mirar hacia atrás y ver a Sami, exclamó horrorizado:
—¡Joderrrrrrrrrr!
Sin decir nada, ella le enseñó las manos manchadas y (Tuapodo), abriendo la puerta, soltó:
—Te lo dije. Tantas chuches no son buenas y ¡finalmente Sami ha vomitado!
Con rapidez, sacó a la pequeña del coche y la limpió con toallitas húmedas, mientras Louis la observaba. Por suerte, no había sido algo muy escandaloso. Cuando terminó con ella lo miró y preguntó:
—¿No piensas limpiar el coche?
Louis miró el interior del vehículo y, horrorizado, murmuró:
—Qué asco. Uff... ¡qué peste!
(Tuapodo) puso los ojos en blanco y, sin ningún remilgo, abrió todas las puertas del cochazo, sacó toallitas húmedas, limpió la silla de su hija y el respaldo del asiento. Cuando terminó, miró a Louis y dijo:
—Con esto aprenderás que a los niños no hay que comprarles una grannnnnnn bolsa de chuches. Y también aprenderás que es prácticamente imposible llevar limpio y perfecto el coche cuando hay un niño. Y esto te lo digo por el día que me llamaste «cerda» en mi propio coche.
Cuando el olor a ácido se fue un poco, los tres se montaron de nuevo. Al llegar a la puerta del garaje de Louis, éste se sorprendió al ver allí a Eleanor. Tras cruzar una mirada con (Tuapodo), se disculpó y bajó del coche.
Eleanor, al ver que quien lo acompañaba era la insoportable amiga de Judith, torció el gesto, y cuando él se le acercó, siseó:
—Te he llamado mil veces. Ahora entiendo por qué no me coges el teléfono.
Sorprendido, Louis arrugó el entrecejo y preguntó:
—¿Qué se supone que haces aquí?
Ella, con la mirada cargada de reproches, respondió:
—Te he visto con ella varias veces en el Sensations. ¿Por eso ya no atiendes mis llamadas? ¿Acaso ella te tiene en exclusiva?
—Eleanor...
—Llevamos sin vernos cerca de tres meses. Te llamo y no me atiendes. Te dejo mensajes en el contestador y no me los respondes. ¿Me puedes decir qué ocurre?
Con gesto molesto, Louis se le acercó más y dijo:
—No te entiendo. Siempre hemos disfrutado de lo que nos gusta, conscientes de que ambos somos libres para hacer lo que nos venga en gana. ¿A qué viene esto? ¿Acaso tú no te ves con Ronald Presmand o James Delored o...? ¿Quieres que siga?
—Pero tú también te ves con Maya o Kristel y yo... yo...
—Eleanor —la cortó con voz profunda—, somos libres para vernos con quien queramos. Entre tú y yo siempre quedó claro que primaba el sexo. ¿A qué viene esto ahora?
—Ella... viene a cuento de esa... esa imbécil que te espera en el coche —contestó, señalando el vehículo.
Louis, sin mirar su dedo acusador, repuso:
—Lo que hay entre ella y yo es diferente. No vuelvas a insultarla nunca más, ¿entendido?
Esas palabras cargadas de enfado pusieron a Eleanor sobre aviso, nunca había visto a Louis de aquella manera. Al no saber qué contestarle, él tomó la palabra:
—Quiero que te vayas y aceptes lo nuestro como lo que es: sexo y nada más. Nunca ha habido exclusividad entre nosotros y, por supuesto, nunca lo habrá.
Acalorada al oír unas palabras que nunca había esperado, la mujer levantó el mentón, miró con furia a (Tuapodo), que los observaba desde el interior del vehículo, y dijo:
—De acuerdo. Cuando te canses de ella, ya me llamarás.
Una vez se marchó, Louis se dio la vuelta, caminó hacia el coche y entró en él. Sin decir nada, le dio al mando del parking para que se abriera. Entonces (Tuapodo) susurró:
—Oye..., en serio... Si quieres, Sami y yo nos vamos y...
—(Tuapodo) —la cortó él y, suavizando el tono, confesó—: Lo que más deseo en este instante es estar contigo y con Sami. No me prejuzgues, pero tú no eres ella, ¿entendido?
(Tuapodo) asintió y cuando la puerta se abrió, Louis condujo hasta su plaza de aparcamiento.
Cuando entraron en la casa, la pequeña miró a su alrededor. Aquel lugar tan enorme le encantaba y (Tuapodo), consciente de lo trasto que era su hija, la agarró de la mano y la advirtió:
—Recuerda, Sami, no se toca nada, ¿entendido, cariño?
Ella asintió. En ese momento sonó el teléfono de la casa. Al no cogerlo, saltó el contestador automático y se oyó la voz de una mujer.
—Hola, mi amor, soy Kristel, ¿cómo estás? Te he llamado al móvil, pero no me lo coges. Llámame. Me muero por estar contigo.
La cara de (Tuapodo) se contrajo al oír eso tras lo que acababa de pasar en la puerta del garaje. Pero ¿dónde se estaba metiendo? Louis la miró y quiso decir algo, pero ella, conteniendo sus impulsos más primarios, levantó una mano y se le adelantó:
—No digas nada. No quiero saberlo. Somos adultos y solteros. No hay más que hablar.
En silencio, caminaron hacia la cocina y Louis preguntó:
—¿Qué os apetece?
(Tuapodo) miró la nevera y, con indiferencia, respondió:
—Sami merendará un sándwich, ¿tienes jamón cocido y pan de molde?
Él asintió, le entregó lo que ella había pedido y (Tuapodo) lo comenzó a preparar. Louis la abrazó por detrás y preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Estoy furiosa..., déjame. No quiero sentirme más ridícula de lo que me siento en este momento.
Incapaz de no decir nada más, él murmuró:
—Lo nuestro es especial...
—Pero ¿qué es lo nuestro? ¿Qué estamos haciendo?
Louis, al entender lo que ella quería saber, respondió:
—Lo nuestro es una relación, cariño. Una relación entre tú y yo. Creo recordar que en Asturias te dije que te sentía mía y tú me dijiste que me sentías tuyo. Eso lo explica todo, ¿no crees? —(Tuapodo) no respondió y él prosiguió—: Lo que tú y yo tenemos es algo bonito que tú te empeñas en ocultar. No quieres que nuestros amigos lo sepan. ¿Por qué?
Ella no respondió y Louis insistió:
—Sabes que eres especial para mí. Sabes que desde que has entrado en mi vida sólo existes tú. Sabes que... que...
Al ver que dudaba, ella preguntó:
—Que ¿qué?
—(Tuapodo), siento algo muy fuerte por ti. Me gusta el sexo. Adoro el sexo, pero sin ti para mí el sexo ya no es lo mismo. Nunca entendí mejor que ahora lo que mi amigo Harry sintió cuando conoció a Judith. Él me explicaba que sin ella el juego no tenía sentido, porque su disfrute había desaparecido. Y eso es lo que me ha pasado a mí contigo. Te has vuelto tan importante para mí que, de pronto, no concibo ir al Sensations ni a ninguna fiesta con otra mujer, porque sólo deseo estar contigo, jugar contigo y disfrutar contigo. Los celos me pueden. Odio pensar que otro te sonríe o se te insinúa cuando estás de viaje en tu trabajo y accedes a jugar con él. Imaginarte con cualquier hombre sin que yo esté me enfada, me perturba, porque te considero algo mío, algo que nadie a excepción de mí mismo puede disfrutar y...
—Louis —lo cortó ella y, pasándose las manos por el oscuro cabello, murmuró—: Yo también siento algo muy fuerte por ti y quiero que estés tranquilo. Cuando estoy de viaje no tengo ojos para nadie, porque sólo puedo pensar en ti. Nunca estaría con otro mientras tú y yo estemos juntos, porque tú eres mi mayor deseo y...
Louis no la dejó terminar. La acercó a él y la besó con desesperación. Cuando se separó de ella, (Tuapodo) sonrió y él dijo:
—Estoy tan bien contigo, que comienzo a tener miedo de que algo o alguien lo pueda estropear.
—No hay terceros, Louis. Esto es algo sólo entre tú y yo, cariño.
—¿Y por qué no quieres que nadie lo sepa?
A (Tuapodo) el sentimiento de culpa le taladraba la cabeza y finalmente respondió:
—Porque tengo miedo de que nuestras vidas se normalicen y la chispa que hay entre tú y yo desaparezca. Pienso que este secretismo sigue aumentando nuestro morbo y...
—Pero qué malota eres —rió Louis.
—Muy... muy malota —convino (Tuapodo), al ver que lo había convencido.
Él asintió y, (Tuapodo), tras darle un último beso, se deshizo de su abrazo y se marchó totalmente descompuesta en busca de su hija. ¿Cómo podía ser ella tan mala persona?
Louis recordó algo que tenía en la nevera y sin dudarlo lo sacó. Mientras ella le daba de merendar a Sami, él cortó trocitos de fruta y una vez lo tuvo todo preparado, fue con ello hasta el comedor, donde (Tuapodo) lo esperaba.
Cuando ésta lo vio, sonrió mientras Sami olvidaba su sándwich para centrarse en el tentador chocolate líquido. Durante un rato, los tres rieron y la pequeña lo llenó todo de chocolate. Quería ser la primera en probarlo y cuando se sació, se sentó en el suelo y comenzó a sacar del enorme bolso de su madre todos sus juguetes.
—Pero ¿eso es un bolso o una tienda? —se mofó Louis.
(Tuapodo), olvidando lo ocurrido minutos antes, con una cautivadora sonrisa explicó:
—Cuando eres mami, el bolso se convierte en el almacén de juguetes. No conozco una sola madre que no tenga un bolso mágico.
Louis, al ver que la niña les dejaba un pequeño margen, mojó una fruta en chocolate y, acercándose a (Tuapodo), murmuró, tentándola:
—Abre la boca.
Divertida, ella preguntó:
—¿Qué pretendes hacer con mi hija delante?
—Abre la boca y lo verás.
(Tuapodo) lo hizo y él, tras dejarle caer unas gotas de chocolate en los labios, introdujo la fruta en su boca. Después la atrajo hacia él y con su lengua rebañó las gotas que antes había dejado caer, mientras decía:
—Así voy a mojar mi fresa y la voy a chupar después —dijo.
Acalorada, (Tuapodo) soltó una carcajada y con el rabillo del ojo, Louis observó que Sami continuaba atareada con el bolso de su madre.
—¿No tendrá sueño? —preguntó mirando a la pequeña.
—No... Duerme la siesta en la guardería —se mofó.
—¡Mierda!
—Sí... ¡mierda!
Louis sonrió y murmuró:
—Te deseo...
—Y yo a ti... y más tras saber lo que pretendes hacer con «tu fresa». —Ambos rieron—. Pero cuando hay niños, el sexo pasa a un segundo plano, pínsipe morboso.
Deseoso de desnudarla y pringarla de chocolate como aquel día en el hotel, él sonrió, pero la sonrisa se le congeló en la boca al ver que Sami estaba delante de la estantería donde guardaba sus joyas musicales en vinilo. Horrorizado, observó cómo cogía uno de aquellos discos y, plantándole las manos sucias de chocolate, lo soltaba en el suelo y se sentaba sobre él.
(Tuapodo), al ver su gesto, miró en la dirección en que él miraba y de un salto se levantó del sillón, corrió hacia su hija y rescató el vinilo de debajo del trasero de la pequeña.
—Esto no se toca, Sami. Es de mayores —la regañó.
—Me gustaaaaaaaaaa.
Louis, cogió el disco de las manos de ella y lo miró. Reprimiendo lo que quería decir, murmuró en tono suave:
—No pasa nada.
(Tuapodo) sonrió.
—Vamos. Protesta o la cabeza te explotará.
Louis, al entender por qué decía eso, exclamó:
—¡Joder! Este vinilo es un clásico de Jim Morrison. —Y al ver la cara de ella, añadió—: Disculpa, pero no estoy acostumbrado a que vengan niños a mi casa.
—Se nota —asintió (Tuapodo)—. Esto es el paraíso de destrucción de un niño. ¡Lo tienes todo a mano! Si pretendes que mi hija vuelva por aquí, creo que deberías replantearte ciertas cosas, ¿no crees?
De pronto, la televisión se encendió a todo volumen. Sami tenía el mando en las manos y con un dedo iba dándole a todos los botones, cambiando de canal. Los dos corrieron hacia ella y cuando Louis le quitó el mando de su carísimo televisor, la niña lo miró y preguntó:
—¿No se toca?
—No, princesa.
—Vale... —Y se encogió de hombros.
(Tuapodo), acercándose a él, sonrió y, mirándolo, murmuró:
—Muy bien, pínsipe..., lo has hecho muy bien.
Pero en ese instante se oyó un golpe contra el suelo. Al mirar, vieron que se trataba de una figura y Sami, mirándolos, dijo, levantando las manitas:
—¡Ups! Se ha caío solito.
Louis caminó hacia allá. (Tuapodo) suspiró y sentenció:
—Hora de la muerte, las 18:30. Descanse en paz.
Al oírla, Louis quiso protestar, pero ella añadió:
—Prometo que abriremos la hucha y te compraremos una más bonita.
Al ver el apuro en su cara, Louis sonrió y, besándola en el cuello, respondió:
—Ni se te ocurra... No te preocupes, Sami es pequeñita.
Pero dos minutos después, cuando la pequeñita había dejado las huellas de sus dedos por todas partes, tirado varios discos y tocado todos los botones de su portátil, ya no pensaba igual e, intentando que aquel pequeño diablo de ojos azules se relajara, preguntó, olvidándose de (Tuapodo):
—¿A qué quieres jugar, Sami?
—A las pinsesassssssssssssss y sus caballitosssssssssssssss.
(Tuapodo) soltó una carcajada. Sabía lo que su hija quería decir y, sin que ella se moviera, la pequeña fue hasta su bolso, de donde sacó dos coronitas rosa con piedrecitas brillantes y varios pequeños ponis.
Una se la puso a su madre y cuando fue a ponerle la otra a Louis, éste murmuró mirando a (Tuapodo):
—¿Tengo que ponerme esto?
—Ajá... y escoger un poni. El rosa de pintitas amarillas no, que es su preferido.
Con la coronita en la mano, la cría lo miró e indicó:
—Mami es la pinsesa Bancanieves y tú la pinsesa Bella.
—¡Dirás Bello!
—Noooooooo. —Y poniéndole la corona en la cabeza, aclaró—: Tú, pinsesa Bella.
(Tuapodo), siguiéndole el juego, miró a Louis y preguntó:
—Princesa Bella, ¿quieres que te pintemos los labios?
Louis, totalmente descolocado, no supo qué decir y cuando Sami sonrió, esa sonrisa le llegó al corazón y finalmente musitó:
—Vale..., pero no se lo contéis a nadie.
(Tuapodo) asintió muerta de risa y, contra todo pronóstico, Louis lució una estupenda coronita en la cabeza durante más de cuarenta y cinco minutos, se dejó pintar los labios por Sami y jugó a correr con los ponis. Finalmente, (Tuapodo), para echarle una mano, propuso:
—Sami, ¿quieres ver dibujitos?
—Sííííííííííííí.
Sin dudarlo, (Tuapodo) cogió el mando de la tele, comenzó a buscar dibujos y cuando apareció Dora la Exploradora, la pequeña se sentó en el suelo y, como si tuviera un interruptor, se desconectó. Dejó de hablar, de correr y de exigir.
Louis, aturdido por todo lo que había ocurrido en la última hora, se sentó en el sillón y mirando a una divertida (Tuapodo), preguntó:
—¿Por qué no le has puesto antes los dibujos?
—Porque quería que disfrutaras de la pequeñita.
—Eres malvada, ¿te lo he dicho alguna vez?
Ella sonrió.
—Sí, pero nunca con coronita y los labios rojos.
Al ver la guasa en sus palabras, y en especial de sus gestos, rió y le hizo cosquillas en la cintura.
Cuando paró, se levantaron y caminaron hacia la cocina para dejar allí las frutas sobrantes y el chocolate. (Tuapodo) cogió papel de cocina y, tras darle un cariñoso beso, le limpió los labios mientras preguntaba:
—¿Dónde has comprado este chocolate tan rico?
—En una tienda donde sólo venden delicatessen. Se supone que este chocolate es para calentar y jugar. —(Tuapodo) sonrió y él añadió en un tono íntimo y tentador—: Lo de tu fresa queda pendiente para otro día. No veo el momento de comerte otra vez con chocolate.
Divertida, lo besó.
—¿Sabes que estás muy sexy con la coronita?
—Coronita... te voy a dar yo a ti —respondió Louis apretándola contra su cuerpo.
Unos besos calientes contra la encimera de la cocina los puso a ambos como una moto. Se deseaban. Se necesitaban. Y sin querer, ni poder remediarlo, con un ojo puesto en la entrada de la cocina, Louis le desabrochó los pantalones, se bajó los suyos y, dándole la vuelta, murmuró:
—Odio el sexo rápido, pero creo que no tenemos otra opción.
(Tuapodo) asintió. No había otra opción. Lo deseaba y colocándose en un lugar donde la pequeña no los veía pero desde el cual ella controlaba sus movimientos, dijo:
—Hazlo....
Se agarró a la encimera que ocultaba su cuerpo mientras Louis le sacaba una pierna del pantalón y las bragas. Una vez liberada, le separó las piernas, paseó su mano por la húmeda vagina y murmuró:
—Sorpréndeme. ¿Qué quieres que te haga, preciosa?
—Fóllame.
Se puso detrás de ella, sacó su duro pene del calzoncillo y, sin preliminares, le abrió la vagina y la penetró. (Tuapodo) dio un respingo y jadeó.
—Chisss... no seas escandalosa, pinsesa Bancanieves —rió Louis.
(Tuapodo) asintió y dispuesta a que sintiera lo mismo que ella había sentido, movió las caderas y cuando lo oyó gemir, se mofó.
—Chisss... pinsesa Bella, no levantes la voz.
Agarrándola por la cintura, Louis sonrió y, sin descanso, una y otra vez la penetró en un juego morboso e infernal que lo excitó. (Tuapodo) disfrutó y se dejó mover. Ansiaba sentir lo que él le ofrecía y dejó que llevara la iniciativa, dedicándose a disfrutar hasta que llegaron al clímax.
Tras un par de minutos en los que ninguno de los dos se movió, Louis cogió papel de cocina, limpió a (Tuapodo) y su erección y, dándole un cariñoso cachete en el culo, murmuró:
—Vístete antes de que desee comenzar otra vez.
Divertida, ella se recompuso y, cuando terminó, se volvió hacia él y, acercando su boca a la suya, le confesó:
—Te voy a echar de menos estos días.
—¿Por qué me vas a echar de menos? —preguntó sorprendido.
Sin decirle la verdad de su viaje, respondió:
—Mañana tengo que trabajar y estaré un par de días fuera.
—¿Vuelas?
—Sí.
—¿Adónde vas?
—A Escocia —respondió sin pensar.
—¿Y cuándo me lo pensabas decir?
—Pues ahora.
Louis frunció el cejo. Sus viajes cada vez lo tensaban más. Además, los escoceses tenían fama de mujeriegos. No quería perderla de vista, pero al ver que ella sonreía, sonrió a su vez y musitó:
—Quiero verte vestida de azafata. Llámame cuando regreses e iré a recogerte al aeropuerto.
(Tuapodo) soltó una carcajada y, sin contestar, salió hacia el salón, donde su hija esperaba.
Aquella noche, tras hacer furtivamente el amor en la cocina, él la invitó a que se quedaran a dormir allí, pero (Tuapodo) no aceptó. Al día siguiente tenía que volar.
Cuando ella se marchó con Sami y Louis se quedó solo en su casa, miró a su alrededor. El caos que reinaba en el salón era tremendo, su coche olía a vómito, pero se dirigió a la cama sonriendo.