Capitulo 16
Oigo un sonido constante e incómodo.
¡Maldito despertador!
Intento moverme para apagarlo, pero no puedo. ¡Qué cansada estoy!
Ruido. Oigo voces. Qué jaleo.
Me llaman. Harry me llama.
Intento abrir los ojos. No puedo. Oscuridad.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que vuelvo a oír el despertador.
Esta vez puedo abrir los ojos y parpadeo. Muevo el cuello con cuidado y suspiro. Me duele la cabeza. ¿Qué he bebido? Abro lentamente los ojos y veo un televisor apagado anclado en la pared
¿Dónde estoy? Algo me sujeta la mano y, al mirar, veo la cabeza de Harry apoyada en ella.
¿Qué ocurre?
Como un fogonazo, todo vuelve a mi mente. Carrera. Curva quince. Caída por encima de la moto.
Suspiro.
Madre mía, qué leñazo me he tenido que dar. Respiro. Me duele el cuerpo, pero eso no me importa. Sólo me importa saber que Harry está bien. Lo conozco y sé que estará deprimido y asustado.
Miro su rulienta cabellera. No se mueve, pero al mover yo la mano, rápidamente levanta la cabeza, me mira y a mí se me paraliza el corazón mientras murmuro:
—Hola, guapo.
Harry se incorpora y, acercándose a mí, susurra:
—Pequeña, ¿cómo te encuentras?
No puedo hablar. Tiene los ojos enrojecidos, terriblemente enrojecidos, y pregunto:
—¿Qué te ocurre, cariño?
Y entonces hace algo que me deja totalmente sin habla, cuando su rostro, su bonito rostro se contrae y, con un sollozo ahogado, dice:
—No vuelvas a asustarme así, ¿entendido?
Sin entender aún qué ha pasado, quiero abrazarlo. Quiero mimarlo, consolarlo y, tirando de él, hago que me abrace. Las lágrimas se me saltan al notar cómo lo hace desesperado y llora. Iceman, mi serio, gruñón y testarudo inglés, llora como un niño en mis brazos, mientras yo lo arrullo y le beso la cabeza.
Así estamos durante varios minutos, hasta que noto que su respiración se normaliza y, separándose de mí, murmura avergonzado:
—Lo siento, cariño. Perdóname.
Más enamorada que nunca de este hombre, sonrío, le seco las lágrimas y respondo emocionada:
—No tengo nada que perdonarte, cielo.
—Estaba muy asustado... Yo...
—Eres humano y los humanos tenemos sentimientos, cariño.
Mueve la cabeza e, intentando sonreír, me da un beso en la punta de la nariz. Yo pregunto:
—¿Qué ha ocurrido?
Más tranquilo al hablar conmigo, me retira con mimo el pelo de la cara y explica:
—Ha habido un accidente. Te has caído por encima de la moto, has perdido el conocimiento y no lo has recuperado hasta llegar al hospital. Me he asustado mucho, (Tuapodo)...
—Cariño...
—Creí que te perdía.
Su desesperación me pone la carne de gallina. No quisiera haber estado en su lugar. Con lo histérica que soy, seguro que la habría liado parda. Intentando quitarle dramatismo al momento, pregunto:
—Pero estoy bien, ¿verdad?
Emocionado, Harry asiente.
—Sí, cariño. Estás bien. Tienes un traumatismo craneal leve. —Traga el nudo de emociones que pugnan por salir y añade—: Pero estás bien. Te han examinado y no hay nada roto. Sólo una fisura en la muñeca izquierda.
—No habrás llamado a mi padre, ¿verdad?
Harry niega con la cabeza.
—Pensaba hacerlo cuando te despertaras.
—No lo llames. Estoy bien y no quiero asustarlo.
Mi chico me da un beso en la mano y dice:
—Hay que llamarlo, (Tuapodo). Si quieres, lo hacemos mañana, cuando te den el alta.
Protesto.
—¡¿Mañana?! ¿Y por qué no me la dan ya?
—Porque quieren tenerte veinticuatro horas aquí en observación.
—Pero si estoy bien, ¿no lo ves?
Él sonríe por primera vez y responde:
—Tu testarudez me hace saber que en efecto estás bien, y no sabes cuánto lo celebro. Pero yo también quiero que te quedes en el hospital. Estaré más tranquilo. —Y al ver mi gesto, añade—: Yo estaré contigo. No me moveré de tu lado.
Eso me gusta. Si tengo que estar aquí, la mejor compañía que puedo tener es él. En ese momento, la puerta se abre y entra Gemma con una angustiada Anne.
—Hija de mi vida, ¿estás bien?
—Sí, tranquila, Anne. Estoy bien. Sólo ha sido un golpe.
—¿Un golpe? ¡Dirás un golpazo! —Salta Gemma—. Tienes que ver cómo ha quedado la moto para entender el golpe.
Harry deja sitio para que su madre se acerque y me bese, luego le toca el hombro y murmura:
—Tranquila, mamá, (Tuapodo) está bien.
Ahora la compungida soy yo y, mirando a Harry, pregunto:
—¿Qué le ha pasado a mi moto?
Al no responderme, los ojos se me llenan de lágrimas, me pica el cuello y, dejándolos a todos boquiabiertos, pido:
—Dime que mi moto está bien, por favor.
—Tesoro —dice Anne—, no te pongas nerviosa.
Harry mira a su hermana para regañarla por el comentario y, finalmente, dice:
—Escucha, cariño, ahora no te preocupes por la moto. Aquí lo único importante eres tú.
Pero eso no me convence. Me rasco el cuello.
Adoro mi moto. Me la compró mi padre con muchísimo esfuerzo años atrás e insisto:
—Dime al menos que se puede arreglar.
Con una candorosa sonrisa, Harry vuelve a ponerse a mi lado y, soplándome el cuello, contesta:
—Se puede arreglar.
Eso me tranquiliza. Mi moto para mí es importante. Es mi conexión con mi pasado, con mi familia, con mi España.
Suena el móvil de Harry, que sale al pasillo para contestar.
—Hija mía —susurra Anne—, ¡qué susto me he dado cuando me ha llamado Gemma!
Sonrío y la tranquilizo y entonces, mi cuñada dice:
—Para susto el mío. Creí que el que no lo contaba era Harry. Ni os imagináis lo histérico que se ha puesto. Casi le he tenido que dar dos guantazos para que te soltara y los de la ambulancia te pudieran atender.
—Debe de haber revivido lo de Jade. Pobrecito mío —musito horrorizada.
Todas sabemos que es justo eso lo que ha recordado. Él estaba presente.
Saber que Harry, mi amor, ha pasado ese mal rato, me duele en el alma.
Anne dice entonces:
—Tiene ojos de haber llorado. Soy su madre y lo sé.
—Ni se te ocurra mencionarlo, mamá. Ya sabes cómo es.
La puerta se abre y él entra. Se acerca a mí y dice:
—Clodagh y Paul te mandan besos. Les he dicho que no hace falta que vengan, que mañana ya estarás en casa.
Asiento. Pobrecitos, qué disgusto tendrán.
—¿Tú estás bien, hijo?
Harry mira a su madre. Sabe por qué lo pegunta y, sin importarle demostrar sus sentimientos, responde:
—Sí, ahora que veo que (Tuapodo) está bien.
Ese comentario me hace sonreír. Efectivamente, ¡él es Harry el duro! Pero hoy me ha mostrado otra faceta que yo no conocía y he visto de nuevo lo mucho que me quiere y me necesita.
Horas después, la habitación se llena de gente. Zayn, Perrie y Holly llegan con Nick, que al verme me abraza, me coge la mano y no consiente que nadie lo separe de mí. Después llegan Lou, Tom y Louis. Éstos me traen un precioso ramo de lirios naranja y yo se lo agradezco.
Todos hablan a mí alrededor y Louis, acercándose a mí, murmura con gesto preocupado:
—Vaya susto nos has dado, cabecita loca.
—Lo sé. No era mi intención.
—¿Estás bien?
Asiento y Harry se acerca a nosotros y pregunta:
—¿Necesitas algo?
Contesto que no y sonrío. Louis pone una mano en el hombro de su amigo y dice:
—¿Necesitáis que os traiga algo de casa?
Harry lo mira. Después me mira a mí y contesta:
—Nos vendría bien algo de ropa para (Tuapodo). Aquí sólo tenemos el mono de carrera y no creo que mañana pueda salir con eso del hospital.
—Luego pasaré por vuestra casa. Clodagh la preparará y esta noche os la traigo —dice Louis.
Mi lindo amor sonríe y, dándome un beso en la frente, responde:
—No hace falta que vengas esta noche, Louis. Con tenerla por la mañana ya está bien.
—Puedo traerla yo —interviene Holly—. No hace falta que Louis pase por vuestra casa.
—Para mí no es ninguna molestia —insiste nuestro amigo.
Harry, que no se percata de nada, los mira y propone:
—¿Qué tal si Louis te recoge y venís juntos?
La joven, con su habitual gesto espabilado, mira a nuestro amigo y responde:
—Ah, no... No puedo. Justo mañana por la mañana tengo una reunión.
Louis asiente, me mira y yo sonrío. Tema solucionado.
Oigo un sonido constante e incómodo.
¡Maldito despertador!
Intento moverme para apagarlo, pero no puedo. ¡Qué cansada estoy!
Ruido. Oigo voces. Qué jaleo.
Me llaman. Harry me llama.
Intento abrir los ojos. No puedo. Oscuridad.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que vuelvo a oír el despertador.
Esta vez puedo abrir los ojos y parpadeo. Muevo el cuello con cuidado y suspiro. Me duele la cabeza. ¿Qué he bebido? Abro lentamente los ojos y veo un televisor apagado anclado en la pared
¿Dónde estoy? Algo me sujeta la mano y, al mirar, veo la cabeza de Harry apoyada en ella.
¿Qué ocurre?
Como un fogonazo, todo vuelve a mi mente. Carrera. Curva quince. Caída por encima de la moto.
Suspiro.
Madre mía, qué leñazo me he tenido que dar. Respiro. Me duele el cuerpo, pero eso no me importa. Sólo me importa saber que Harry está bien. Lo conozco y sé que estará deprimido y asustado.
Miro su rulienta cabellera. No se mueve, pero al mover yo la mano, rápidamente levanta la cabeza, me mira y a mí se me paraliza el corazón mientras murmuro:
—Hola, guapo.
Harry se incorpora y, acercándose a mí, susurra:
—Pequeña, ¿cómo te encuentras?
No puedo hablar. Tiene los ojos enrojecidos, terriblemente enrojecidos, y pregunto:
—¿Qué te ocurre, cariño?
Y entonces hace algo que me deja totalmente sin habla, cuando su rostro, su bonito rostro se contrae y, con un sollozo ahogado, dice:
—No vuelvas a asustarme así, ¿entendido?
Sin entender aún qué ha pasado, quiero abrazarlo. Quiero mimarlo, consolarlo y, tirando de él, hago que me abrace. Las lágrimas se me saltan al notar cómo lo hace desesperado y llora. Iceman, mi serio, gruñón y testarudo inglés, llora como un niño en mis brazos, mientras yo lo arrullo y le beso la cabeza.
Así estamos durante varios minutos, hasta que noto que su respiración se normaliza y, separándose de mí, murmura avergonzado:
—Lo siento, cariño. Perdóname.
Más enamorada que nunca de este hombre, sonrío, le seco las lágrimas y respondo emocionada:
—No tengo nada que perdonarte, cielo.
—Estaba muy asustado... Yo...
—Eres humano y los humanos tenemos sentimientos, cariño.
Mueve la cabeza e, intentando sonreír, me da un beso en la punta de la nariz. Yo pregunto:
—¿Qué ha ocurrido?
Más tranquilo al hablar conmigo, me retira con mimo el pelo de la cara y explica:
—Ha habido un accidente. Te has caído por encima de la moto, has perdido el conocimiento y no lo has recuperado hasta llegar al hospital. Me he asustado mucho, (Tuapodo)...
—Cariño...
—Creí que te perdía.
Su desesperación me pone la carne de gallina. No quisiera haber estado en su lugar. Con lo histérica que soy, seguro que la habría liado parda. Intentando quitarle dramatismo al momento, pregunto:
—Pero estoy bien, ¿verdad?
Emocionado, Harry asiente.
—Sí, cariño. Estás bien. Tienes un traumatismo craneal leve. —Traga el nudo de emociones que pugnan por salir y añade—: Pero estás bien. Te han examinado y no hay nada roto. Sólo una fisura en la muñeca izquierda.
—No habrás llamado a mi padre, ¿verdad?
Harry niega con la cabeza.
—Pensaba hacerlo cuando te despertaras.
—No lo llames. Estoy bien y no quiero asustarlo.
Mi chico me da un beso en la mano y dice:
—Hay que llamarlo, (Tuapodo). Si quieres, lo hacemos mañana, cuando te den el alta.
Protesto.
—¡¿Mañana?! ¿Y por qué no me la dan ya?
—Porque quieren tenerte veinticuatro horas aquí en observación.
—Pero si estoy bien, ¿no lo ves?
Él sonríe por primera vez y responde:
—Tu testarudez me hace saber que en efecto estás bien, y no sabes cuánto lo celebro. Pero yo también quiero que te quedes en el hospital. Estaré más tranquilo. —Y al ver mi gesto, añade—: Yo estaré contigo. No me moveré de tu lado.
Eso me gusta. Si tengo que estar aquí, la mejor compañía que puedo tener es él. En ese momento, la puerta se abre y entra Gemma con una angustiada Anne.
—Hija de mi vida, ¿estás bien?
—Sí, tranquila, Anne. Estoy bien. Sólo ha sido un golpe.
—¿Un golpe? ¡Dirás un golpazo! —Salta Gemma—. Tienes que ver cómo ha quedado la moto para entender el golpe.
Harry deja sitio para que su madre se acerque y me bese, luego le toca el hombro y murmura:
—Tranquila, mamá, (Tuapodo) está bien.
Ahora la compungida soy yo y, mirando a Harry, pregunto:
—¿Qué le ha pasado a mi moto?
Al no responderme, los ojos se me llenan de lágrimas, me pica el cuello y, dejándolos a todos boquiabiertos, pido:
—Dime que mi moto está bien, por favor.
—Tesoro —dice Anne—, no te pongas nerviosa.
Harry mira a su hermana para regañarla por el comentario y, finalmente, dice:
—Escucha, cariño, ahora no te preocupes por la moto. Aquí lo único importante eres tú.
Pero eso no me convence. Me rasco el cuello.
Adoro mi moto. Me la compró mi padre con muchísimo esfuerzo años atrás e insisto:
—Dime al menos que se puede arreglar.
Con una candorosa sonrisa, Harry vuelve a ponerse a mi lado y, soplándome el cuello, contesta:
—Se puede arreglar.
Eso me tranquiliza. Mi moto para mí es importante. Es mi conexión con mi pasado, con mi familia, con mi España.
Suena el móvil de Harry, que sale al pasillo para contestar.
—Hija mía —susurra Anne—, ¡qué susto me he dado cuando me ha llamado Gemma!
Sonrío y la tranquilizo y entonces, mi cuñada dice:
—Para susto el mío. Creí que el que no lo contaba era Harry. Ni os imagináis lo histérico que se ha puesto. Casi le he tenido que dar dos guantazos para que te soltara y los de la ambulancia te pudieran atender.
—Debe de haber revivido lo de Jade. Pobrecito mío —musito horrorizada.
Todas sabemos que es justo eso lo que ha recordado. Él estaba presente.
Saber que Harry, mi amor, ha pasado ese mal rato, me duele en el alma.
Anne dice entonces:
—Tiene ojos de haber llorado. Soy su madre y lo sé.
—Ni se te ocurra mencionarlo, mamá. Ya sabes cómo es.
La puerta se abre y él entra. Se acerca a mí y dice:
—Clodagh y Paul te mandan besos. Les he dicho que no hace falta que vengan, que mañana ya estarás en casa.
Asiento. Pobrecitos, qué disgusto tendrán.
—¿Tú estás bien, hijo?
Harry mira a su madre. Sabe por qué lo pegunta y, sin importarle demostrar sus sentimientos, responde:
—Sí, ahora que veo que (Tuapodo) está bien.
Ese comentario me hace sonreír. Efectivamente, ¡él es Harry el duro! Pero hoy me ha mostrado otra faceta que yo no conocía y he visto de nuevo lo mucho que me quiere y me necesita.
Horas después, la habitación se llena de gente. Zayn, Perrie y Holly llegan con Nick, que al verme me abraza, me coge la mano y no consiente que nadie lo separe de mí. Después llegan Lou, Tom y Louis. Éstos me traen un precioso ramo de lirios naranja y yo se lo agradezco.
Todos hablan a mí alrededor y Louis, acercándose a mí, murmura con gesto preocupado:
—Vaya susto nos has dado, cabecita loca.
—Lo sé. No era mi intención.
—¿Estás bien?
Asiento y Harry se acerca a nosotros y pregunta:
—¿Necesitas algo?
Contesto que no y sonrío. Louis pone una mano en el hombro de su amigo y dice:
—¿Necesitáis que os traiga algo de casa?
Harry lo mira. Después me mira a mí y contesta:
—Nos vendría bien algo de ropa para (Tuapodo). Aquí sólo tenemos el mono de carrera y no creo que mañana pueda salir con eso del hospital.
—Luego pasaré por vuestra casa. Clodagh la preparará y esta noche os la traigo —dice Louis.
Mi lindo amor sonríe y, dándome un beso en la frente, responde:
—No hace falta que vengas esta noche, Louis. Con tenerla por la mañana ya está bien.
—Puedo traerla yo —interviene Holly—. No hace falta que Louis pase por vuestra casa.
—Para mí no es ninguna molestia —insiste nuestro amigo.
Harry, que no se percata de nada, los mira y propone:
—¿Qué tal si Louis te recoge y venís juntos?
La joven, con su habitual gesto espabilado, mira a nuestro amigo y responde:
—Ah, no... No puedo. Justo mañana por la mañana tengo una reunión.
Louis asiente, me mira y yo sonrío. Tema solucionado.