Capitulo 7
Dos días después, Judith y (Tuapodo) quedaron para ir de compras. Se pasaron media mañana en un centro comercial, adquiriendo cosas para los niños y para ellas.
—Creo que a Sami le encantará esta corona de cristales y brillantes multicolores. Tenemos mil coronitas, pero es que le gustan mucho. Mi niña es toda una princesa —rió (Tuapodo).
Una vez la compró y la guardó en la bolsa, las tripas le rugieron y Judith dijo:
—Vamos, te voy a llevar a comer al mejor restaurante que hay en Londres.
Media hora después, entraban en The Ivy, y Mark, padre de Louis, al reconocer a Judith, rápidamente la saludó.
—Pero cuánta mujer guapa y preciosa por aquí —comentó jocoso.
—Ya sé a quién ha salido tu hijo —se mofó Judith y, tras darle un beso en la mejilla, dijo divertida—: Te presento a mi amiga española (Tn__) (Apmadre__).
—¿Española? Qué maravilla —asintió Mark.
(Tuapodo) le tendió la mano con una grata sonrisa.
—Encantada, señor.
Mark le guiñó un ojo a la joven y cuchicheó:
—Sí me llamas Mark te lo agradeceré. Eso de señor me recuerda el ejército.
—¿Un recuerdo malo? —preguntó (Tuapodo), curiosa.
Mark, tras asentir con la cabeza, murmuró:
—Mi segunda mujer me dejó por un jodido americano.
—¿Era militar? —preguntó Judith.
El hombre cabeceó e, intentando sonreír, añadió:
—Sí. Comandante, para más señas. Por eso te digo que lo de «señor» no me agrada, como tampoco suelen agradarme los americanos.
Las jóvenes se miraron y en ese momento Judith entendió lo que (Tn__) le había dicho y respondió:
—Vaya, Mark, no lo sabía. Lo siento.
—Es algo que pasó hace unos años y ninguno quiere recordar. En especial mi hijo mayor, que fue quien tuvo que tratar con ese yanqui en el divorcio.
Conmovida por aquello, (Tuapodo) susurró:
—Lo siento, Mark.
El hombre asintió y, esbozando de nuevo una sonrisa, dijo:
—Creo que se me pasaría el disgusto con un saludo de esos españoles.
Judith, al ver la buena conexión entre ellos, repuso:
—Pero qué zalamero eres, Mark. ¡Tú quieres dos besos!
—Pues claro, muchacha, ¿acaso lo dudas?
(Tuapodo) sonrió y, acercándose a él, le dio dos besazos en las mejillas y tras ello, preguntó:
—¿Se pasó el disgusto?
El hombre asintió y afirmó con una encantadora sonrisa:
—Totalmente.
Los tres sonrieron y Mark comentó:
—¿Sabes que me encanta tu nombre?
(Tuapodo) abrió los ojos y, sonriendo, añadió:
—Entonces, seguro que te gusta la película Lo que el viento se llevó, ¿verdad?
El hombre asintió.
—Es la mejor película de todos los tiempos, aunque sea americana.
Ella soltó una carcajada y, acercándose a él, expuso:
—Para mis padres también. Con decirte, Mark, que mi hermana se llama Scarlett y yo (Tn__), te lo digo todo.
Alucinado, preguntó:
—¿En serio, jovencita?
—En serio, Mark. Esos nombrecitos son la cruz de nuestras vidas.
Al decir eso, los tres sonrieron y Mark las llevó hasta una mesa. Tras aconsejarlas sobre qué comer, se fue y Judith comentó:
—Siento lo que ha dicho sobre los americanos. Yo no pienso igual. Creo que hay gente buena y mala en todos lados.
(Tuapodo) sonrió.
—Estoy acostumbrada. Por eso te dije que me guardaras el secreto.
Judith asintió y, aún sorprendida, preguntó:
—¿De verdad tu hermana se llama Scarlett?
—Sí... mis padres fueron así de originales, y que conste que si yo hubiera sido un niño, me habría llamado sin duda alguna Rhett, como el prota.
Entre risas, las dos devoraron lo que Mark les ponía delante. Todo estaba exquisito y Judith, tras beber un trago de su bebida, preguntó:
—¿Sales con alguien?
—No.
—¿Por qué?
—No tengo tiempo, Judith. Entre mi trabajo y Sami estoy muy ocupada. —Y anclando la mirada en ella, añadió—: Pero tranquila, tengo amigos con los que pasar un ratito divertido. Ésos nunca me faltan.
Al entenderla, Judith asintió y murmuró:
—Siento mucho lo de Luke. Debió de ser terrible.
(Tuapodo) dio un trago a su bebida y musitó:
—Lo fue y lo es. Todavía pienso en él más de lo que se merece.
Sorprendida al oírla, Judith la miró y (Tuapodo) aclaró:
—No sé por qué te cuento esto, pero necesito aclararte que Luke me defraudó.
—¡¿Cómo?!
—Cuando murió, me enteré de que yo no era la única mujer que existía en su corazón. Digamos que gracias a él tengo lo más bonito que hay en mi vida, que es Sami, pero también gracias a él no creo en los hombres ni en el amor. ¡Ni loca!
—No todos los hombres son iguales, (Tuapodo).
—Permíteme que desconfíe y te diga que el que Harry sea un loco enamorado de su mujercita, no quiere decir que todos sean como él.
Ambas sonrieron y Judith añadió:
—Algún día te contaré mi historia con Harry. No fue fácil, pero el amor que nos profesamos pudo con todo y aquí nos tienes. Y antes de que digas nada más, creo que si le dieras la oportunidad a un...
—Judith —la cortó ella—, lo último que quiero hoy por hoy en mi vida es un hombre. Yo solita me valgo para sacar adelante a mi hija.
—¿No echas de menos que alguien te abrace?
—No.
—Pero alguien a tu lado te daría una seguridad que ahora no tienes y...
—No, Judith. Alguien a mi lado lo que me daría es inseguridad.
—Que te pasara eso con Luke no quiere decir que te tenga que volver a pasar.
—Lo sé. Sé que tienes razón. Pero ahora ando con pies de plomo. No me fío de ningún hombre. Además, soy militar, piensa en mi profesión. ¿Qué hombre querría vivir la vida que yo vivo?
—Dijiste que no quieres ser militar toda tu vida.
—Una cosa es lo que yo diga y otra la jodida realidad, Judith. Tengo una hija y he de sacarla adelante como sea yo sola. Conseguir un trabajo de ilustradora me encantaría, pero es algo bastante difícil, por lo tanto, de momento debo tener los pies en la tierra y seguir siendo militar.
—Tienes que pensar en Sami y en ti.
—Lo sé... y lo hago. Pero si te soy sincera, en quien no puedo dejar de pensar es en Luke. Con decirte que hasta pienso en él cuando estoy con otros hombres.
—¡No me lo puedo creer!
(Tuapodo) asintió y, sin poderlo remediar, murmuró:
—Así de tonta soy. Me falla el amor de mi vida y yo sigo pensando en él.
En ese momento, tras ellas se oyó una voz:
—¿Sigues pensando en mí? Por Dios, muñeca..., me horroriza saberlo.
Al volverse, vieron que se trataba de Louis; (Tuapodo) resopló.
—Capullo a la vista.
Él se sentó al lado de su amiga y le dio un beso en la mejilla.
—A ti ni me acerco..., nena —aclaró mirando a la morena de ojos azules.
—Te lo agradezco..., nene —suspiró ella devolviéndole la mirada.
—¿Tienes miedo de que te guste mi cercanía?
—¡Serás fantasma!
Judith fue a decir algo cuando Louis, divertido, susurró:
—Ya te gustaría a ti estar entre mis sábanas.
(Tuapodo) soltó una carcajada.
—Nada más lejos de la realidad..., bonito.
—Hum... ¡¿bonito?! ¿Estás intentando decirme algo..., bonita? Porque si es así, he de aclararte que prefiero las rubias mimosas y suaves a las morenas embrutecidas y rasposas.
Al recordar a la mujer que lo acompañaba dos días antes en casa de Judith, (Tuapodo) soltó con sorna:
—Si las rubias mimosas y suaves son como la insoportable que te acompañaba el otro día, ¡me encanta ser una morena embrutecida y rasposa!
Judith, sin entender qué ocurría entre aquellos dos, los miró.
—Vamos a ver, ambos sois mis amigos, ¿no podéis estar cinco minutos juntos sin tiraros flores?
—No —respondieron los dos al unísono.
Molesta con su actitud, la joven se levantó.
—Tengo que ir al servicio. Procurad no mataros en ese rato.
Cuando se quedaron solos en la mesa, ninguno habló, hasta que llegó Mark con una jarra de cerveza para su hijo y comentó:
—¿Has visto qué amiga más guapa tiene Judith?
Louis, mirando alrededor, preguntó:
—¿Dónde está esa belleza?
(Tuapodo) resopló y Mark, al ver la guasa de su hijo, replicó:
—No te hagas el tonto, que sé que la has visto. Se llama (Tn__). ¿A que es precioso su nombre?
El joven dio un trago a su cerveza y respondió mirándola a ella:
—Porque lleve el nombre de la heroína de tu película preferida no quiere decir que tenga que ser una belleza.
Mark iba a contestar cuando uno de sus camareros lo llamó y se alejó dejándolos de nuevo a solas. Los dos se retaron con la mirada hasta que ella dijo:
—Me vas a desgastar de tanto mirarme.
—Lo mismo digo, aunque entiendo que me mires, todas lo hacen.
—¿En serio? —Louis asintió y ella, divertida, replicó—: ¿Y no te has planteado que quizá te miren por la cara de tonto que tienes?
Ahora el que soltó la carcajada fue él.
—Eres tan parecida a Judith en tus respuestas que cualquier día me dirás alguna de sus lindezas españolas.
Divertida ante ese comentario, (Tuapodo) sonrió. Recordó lo que Judith le había explicado que le decía a su marido cuando discutía con él y murmuró:
—¡Serás gilipollas!
—Increíble —se mofó Louis—. Las españolas lleváis esa palabra en los genes.
Atónita, fue a contestar cuando él preguntó:
—¿Tú siempre andas con la metralleta cargada?
—Ante atontados como tú... sí.
Louis dio un trago a su cerveza e, intentando apaciguar las ganas que tenía de seguir metiéndose con ella, preguntó:
—¿Se le curó a la princesa Sami la herida del dedito?
Sorprendida porque recordara el nombre de su pequeña, cambió su expresión y respondió:
—Sí. Realmente no fue nada. Pero una tirita de las Princesas Disney siempre consigue calmarla.
—¿En serio?
(Tuapodo) sonrió.
—Totalmente en serio. Mi niña cree en el poder de las princesas y por eso te dije esa absurda frasecita delante de ella.
Ambos sonrieron. Aquello era una pequeña tregua y ambos lo entendieron como tal.
Permanecieron unos segundos sin hablar hasta que Louis dijo:
—¿Te gusta la comida de este restaurante?
—Riquísima —afirmó ella—. Nunca había venido, pero volveré. Sobre todo me han encantado los brenz.
—Los brenz de mi padre son famosos en todo Londres y el codillo asado también.
—¿Mark es tu padre? —Louis asintió y, divertida, (Tuapodo) reconoció—: Nunca lo habría imaginado. Él es tan simpático y tú tan capullo... pero ahora que te miro con detenimiento, tenéis los mismos bonitos ojos.
—Vaya...
—¿Qué?
Él sonrió e ironizó:
—¿Eso que acabas de decir lo puedo tomar como un cumplido?
Al ser consciente de lo que había dicho, (Tuapodo) asintió:
—Sí. Si tus ojos son bonitos, lo son y punto.
Louis apoyó los codos en la mesa y se echó hacia adelante.
—Tú también tienes unos ojos muy bonitos, ¿lo sabías? —comentó.
Aquella conversación la estaba comenzando a poner nerviosa y, retirándose su oscuro pelo de la cara, (Tuapodo) dijo:
—Gracias, pero no hace falta que tú me piropees también.
—Como has dicho, si tus ojos son bonitos, lo son y punto.
A (Tuapodo) le entraron los calores.
Llevaba sin escuchar algo agradable de un hombre hacia ella más de dos años. Una cosa eran las buenas palabras de los amigos o de los hombres con los que se acostaba simplemente por sexo y otra muy diferente que aquél la mirara con sensualidad y le hablara de esa manera. Por ello, para romper el bonito momento, volvió a poner la sonrisilla en sus labios y sacó a la teniente (Tap__).
—Me alegra que te gusten, pero no te emociones, no te miran con deleite.
—¿Ah, no?
—No. Por norma, los chulos no me gustan.
—Para chula ya estás tú, ¿verdad?
Con un gesto que en cierto modo a él le gustó, ella preguntó:
—¿Cómo lo has sabido?
Louis se rió. Aquella mujer lo atraía y no era precisamente por sus bonitos ojos, pero sin ganas de entrar de nuevo en otra guerra dialéctica, dijo levantándose:
—Como siempre, no ha sido un placer verte.
—Lo mismo digo.
Sin mirar atrás, Louis se encaminó hacia su padre. Sin quitarle la vista de encima, (Tuapodo) observó el buen rollo que había entre ellos y tuvo que sonreír al ver cómo Mark le revolvía el pelo a su hijo.
Instantes después, Judith regresó del baño y, mirándola, exclamó:
—No me lo puedo creer. ¿Louis te ha dejado sola?
—Lo he echado yo, no te preocupes.
—Pero bueno, ¿qué os ocurre a vosotros dos? ¿Por qué siempre que os veis estáis igual?
(Tuapodo), encogiéndose de hombros, sonrió:
—No lo sé. El caso es que entre ese guaperas y yo no hay feeling.
En ese momento, Judith oyó su nombre, miró hacia atrás y vio que Louis se despedía de ella y se marchaba. Cuando él desapareció, miró a su amiga, que bebía tranquilamente de su cerveza, y dijo:
—Pues lo creas o no, Louis es un tipo estupendo.
(Tuapodo) sonrió y, acercándose a ella, repuso:
—No lo dudo. Pero cuanto más lejos esté de mí... mejor.
Dos días después, Judith y (Tuapodo) quedaron para ir de compras. Se pasaron media mañana en un centro comercial, adquiriendo cosas para los niños y para ellas.
—Creo que a Sami le encantará esta corona de cristales y brillantes multicolores. Tenemos mil coronitas, pero es que le gustan mucho. Mi niña es toda una princesa —rió (Tuapodo).
Una vez la compró y la guardó en la bolsa, las tripas le rugieron y Judith dijo:
—Vamos, te voy a llevar a comer al mejor restaurante que hay en Londres.
Media hora después, entraban en The Ivy, y Mark, padre de Louis, al reconocer a Judith, rápidamente la saludó.
—Pero cuánta mujer guapa y preciosa por aquí —comentó jocoso.
—Ya sé a quién ha salido tu hijo —se mofó Judith y, tras darle un beso en la mejilla, dijo divertida—: Te presento a mi amiga española (Tn__) (Apmadre__).
—¿Española? Qué maravilla —asintió Mark.
(Tuapodo) le tendió la mano con una grata sonrisa.
—Encantada, señor.
Mark le guiñó un ojo a la joven y cuchicheó:
—Sí me llamas Mark te lo agradeceré. Eso de señor me recuerda el ejército.
—¿Un recuerdo malo? —preguntó (Tuapodo), curiosa.
Mark, tras asentir con la cabeza, murmuró:
—Mi segunda mujer me dejó por un jodido americano.
—¿Era militar? —preguntó Judith.
El hombre cabeceó e, intentando sonreír, añadió:
—Sí. Comandante, para más señas. Por eso te digo que lo de «señor» no me agrada, como tampoco suelen agradarme los americanos.
Las jóvenes se miraron y en ese momento Judith entendió lo que (Tn__) le había dicho y respondió:
—Vaya, Mark, no lo sabía. Lo siento.
—Es algo que pasó hace unos años y ninguno quiere recordar. En especial mi hijo mayor, que fue quien tuvo que tratar con ese yanqui en el divorcio.
Conmovida por aquello, (Tuapodo) susurró:
—Lo siento, Mark.
El hombre asintió y, esbozando de nuevo una sonrisa, dijo:
—Creo que se me pasaría el disgusto con un saludo de esos españoles.
Judith, al ver la buena conexión entre ellos, repuso:
—Pero qué zalamero eres, Mark. ¡Tú quieres dos besos!
—Pues claro, muchacha, ¿acaso lo dudas?
(Tuapodo) sonrió y, acercándose a él, le dio dos besazos en las mejillas y tras ello, preguntó:
—¿Se pasó el disgusto?
El hombre asintió y afirmó con una encantadora sonrisa:
—Totalmente.
Los tres sonrieron y Mark comentó:
—¿Sabes que me encanta tu nombre?
(Tuapodo) abrió los ojos y, sonriendo, añadió:
—Entonces, seguro que te gusta la película Lo que el viento se llevó, ¿verdad?
El hombre asintió.
—Es la mejor película de todos los tiempos, aunque sea americana.
Ella soltó una carcajada y, acercándose a él, expuso:
—Para mis padres también. Con decirte, Mark, que mi hermana se llama Scarlett y yo (Tn__), te lo digo todo.
Alucinado, preguntó:
—¿En serio, jovencita?
—En serio, Mark. Esos nombrecitos son la cruz de nuestras vidas.
Al decir eso, los tres sonrieron y Mark las llevó hasta una mesa. Tras aconsejarlas sobre qué comer, se fue y Judith comentó:
—Siento lo que ha dicho sobre los americanos. Yo no pienso igual. Creo que hay gente buena y mala en todos lados.
(Tuapodo) sonrió.
—Estoy acostumbrada. Por eso te dije que me guardaras el secreto.
Judith asintió y, aún sorprendida, preguntó:
—¿De verdad tu hermana se llama Scarlett?
—Sí... mis padres fueron así de originales, y que conste que si yo hubiera sido un niño, me habría llamado sin duda alguna Rhett, como el prota.
Entre risas, las dos devoraron lo que Mark les ponía delante. Todo estaba exquisito y Judith, tras beber un trago de su bebida, preguntó:
—¿Sales con alguien?
—No.
—¿Por qué?
—No tengo tiempo, Judith. Entre mi trabajo y Sami estoy muy ocupada. —Y anclando la mirada en ella, añadió—: Pero tranquila, tengo amigos con los que pasar un ratito divertido. Ésos nunca me faltan.
Al entenderla, Judith asintió y murmuró:
—Siento mucho lo de Luke. Debió de ser terrible.
(Tuapodo) dio un trago a su bebida y musitó:
—Lo fue y lo es. Todavía pienso en él más de lo que se merece.
Sorprendida al oírla, Judith la miró y (Tuapodo) aclaró:
—No sé por qué te cuento esto, pero necesito aclararte que Luke me defraudó.
—¡¿Cómo?!
—Cuando murió, me enteré de que yo no era la única mujer que existía en su corazón. Digamos que gracias a él tengo lo más bonito que hay en mi vida, que es Sami, pero también gracias a él no creo en los hombres ni en el amor. ¡Ni loca!
—No todos los hombres son iguales, (Tuapodo).
—Permíteme que desconfíe y te diga que el que Harry sea un loco enamorado de su mujercita, no quiere decir que todos sean como él.
Ambas sonrieron y Judith añadió:
—Algún día te contaré mi historia con Harry. No fue fácil, pero el amor que nos profesamos pudo con todo y aquí nos tienes. Y antes de que digas nada más, creo que si le dieras la oportunidad a un...
—Judith —la cortó ella—, lo último que quiero hoy por hoy en mi vida es un hombre. Yo solita me valgo para sacar adelante a mi hija.
—¿No echas de menos que alguien te abrace?
—No.
—Pero alguien a tu lado te daría una seguridad que ahora no tienes y...
—No, Judith. Alguien a mi lado lo que me daría es inseguridad.
—Que te pasara eso con Luke no quiere decir que te tenga que volver a pasar.
—Lo sé. Sé que tienes razón. Pero ahora ando con pies de plomo. No me fío de ningún hombre. Además, soy militar, piensa en mi profesión. ¿Qué hombre querría vivir la vida que yo vivo?
—Dijiste que no quieres ser militar toda tu vida.
—Una cosa es lo que yo diga y otra la jodida realidad, Judith. Tengo una hija y he de sacarla adelante como sea yo sola. Conseguir un trabajo de ilustradora me encantaría, pero es algo bastante difícil, por lo tanto, de momento debo tener los pies en la tierra y seguir siendo militar.
—Tienes que pensar en Sami y en ti.
—Lo sé... y lo hago. Pero si te soy sincera, en quien no puedo dejar de pensar es en Luke. Con decirte que hasta pienso en él cuando estoy con otros hombres.
—¡No me lo puedo creer!
(Tuapodo) asintió y, sin poderlo remediar, murmuró:
—Así de tonta soy. Me falla el amor de mi vida y yo sigo pensando en él.
En ese momento, tras ellas se oyó una voz:
—¿Sigues pensando en mí? Por Dios, muñeca..., me horroriza saberlo.
Al volverse, vieron que se trataba de Louis; (Tuapodo) resopló.
—Capullo a la vista.
Él se sentó al lado de su amiga y le dio un beso en la mejilla.
—A ti ni me acerco..., nena —aclaró mirando a la morena de ojos azules.
—Te lo agradezco..., nene —suspiró ella devolviéndole la mirada.
—¿Tienes miedo de que te guste mi cercanía?
—¡Serás fantasma!
Judith fue a decir algo cuando Louis, divertido, susurró:
—Ya te gustaría a ti estar entre mis sábanas.
(Tuapodo) soltó una carcajada.
—Nada más lejos de la realidad..., bonito.
—Hum... ¡¿bonito?! ¿Estás intentando decirme algo..., bonita? Porque si es así, he de aclararte que prefiero las rubias mimosas y suaves a las morenas embrutecidas y rasposas.
Al recordar a la mujer que lo acompañaba dos días antes en casa de Judith, (Tuapodo) soltó con sorna:
—Si las rubias mimosas y suaves son como la insoportable que te acompañaba el otro día, ¡me encanta ser una morena embrutecida y rasposa!
Judith, sin entender qué ocurría entre aquellos dos, los miró.
—Vamos a ver, ambos sois mis amigos, ¿no podéis estar cinco minutos juntos sin tiraros flores?
—No —respondieron los dos al unísono.
Molesta con su actitud, la joven se levantó.
—Tengo que ir al servicio. Procurad no mataros en ese rato.
Cuando se quedaron solos en la mesa, ninguno habló, hasta que llegó Mark con una jarra de cerveza para su hijo y comentó:
—¿Has visto qué amiga más guapa tiene Judith?
Louis, mirando alrededor, preguntó:
—¿Dónde está esa belleza?
(Tuapodo) resopló y Mark, al ver la guasa de su hijo, replicó:
—No te hagas el tonto, que sé que la has visto. Se llama (Tn__). ¿A que es precioso su nombre?
El joven dio un trago a su cerveza y respondió mirándola a ella:
—Porque lleve el nombre de la heroína de tu película preferida no quiere decir que tenga que ser una belleza.
Mark iba a contestar cuando uno de sus camareros lo llamó y se alejó dejándolos de nuevo a solas. Los dos se retaron con la mirada hasta que ella dijo:
—Me vas a desgastar de tanto mirarme.
—Lo mismo digo, aunque entiendo que me mires, todas lo hacen.
—¿En serio? —Louis asintió y ella, divertida, replicó—: ¿Y no te has planteado que quizá te miren por la cara de tonto que tienes?
Ahora el que soltó la carcajada fue él.
—Eres tan parecida a Judith en tus respuestas que cualquier día me dirás alguna de sus lindezas españolas.
Divertida ante ese comentario, (Tuapodo) sonrió. Recordó lo que Judith le había explicado que le decía a su marido cuando discutía con él y murmuró:
—¡Serás gilipollas!
—Increíble —se mofó Louis—. Las españolas lleváis esa palabra en los genes.
Atónita, fue a contestar cuando él preguntó:
—¿Tú siempre andas con la metralleta cargada?
—Ante atontados como tú... sí.
Louis dio un trago a su cerveza e, intentando apaciguar las ganas que tenía de seguir metiéndose con ella, preguntó:
—¿Se le curó a la princesa Sami la herida del dedito?
Sorprendida porque recordara el nombre de su pequeña, cambió su expresión y respondió:
—Sí. Realmente no fue nada. Pero una tirita de las Princesas Disney siempre consigue calmarla.
—¿En serio?
(Tuapodo) sonrió.
—Totalmente en serio. Mi niña cree en el poder de las princesas y por eso te dije esa absurda frasecita delante de ella.
Ambos sonrieron. Aquello era una pequeña tregua y ambos lo entendieron como tal.
Permanecieron unos segundos sin hablar hasta que Louis dijo:
—¿Te gusta la comida de este restaurante?
—Riquísima —afirmó ella—. Nunca había venido, pero volveré. Sobre todo me han encantado los brenz.
—Los brenz de mi padre son famosos en todo Londres y el codillo asado también.
—¿Mark es tu padre? —Louis asintió y, divertida, (Tuapodo) reconoció—: Nunca lo habría imaginado. Él es tan simpático y tú tan capullo... pero ahora que te miro con detenimiento, tenéis los mismos bonitos ojos.
—Vaya...
—¿Qué?
Él sonrió e ironizó:
—¿Eso que acabas de decir lo puedo tomar como un cumplido?
Al ser consciente de lo que había dicho, (Tuapodo) asintió:
—Sí. Si tus ojos son bonitos, lo son y punto.
Louis apoyó los codos en la mesa y se echó hacia adelante.
—Tú también tienes unos ojos muy bonitos, ¿lo sabías? —comentó.
Aquella conversación la estaba comenzando a poner nerviosa y, retirándose su oscuro pelo de la cara, (Tuapodo) dijo:
—Gracias, pero no hace falta que tú me piropees también.
—Como has dicho, si tus ojos son bonitos, lo son y punto.
A (Tuapodo) le entraron los calores.
Llevaba sin escuchar algo agradable de un hombre hacia ella más de dos años. Una cosa eran las buenas palabras de los amigos o de los hombres con los que se acostaba simplemente por sexo y otra muy diferente que aquél la mirara con sensualidad y le hablara de esa manera. Por ello, para romper el bonito momento, volvió a poner la sonrisilla en sus labios y sacó a la teniente (Tap__).
—Me alegra que te gusten, pero no te emociones, no te miran con deleite.
—¿Ah, no?
—No. Por norma, los chulos no me gustan.
—Para chula ya estás tú, ¿verdad?
Con un gesto que en cierto modo a él le gustó, ella preguntó:
—¿Cómo lo has sabido?
Louis se rió. Aquella mujer lo atraía y no era precisamente por sus bonitos ojos, pero sin ganas de entrar de nuevo en otra guerra dialéctica, dijo levantándose:
—Como siempre, no ha sido un placer verte.
—Lo mismo digo.
Sin mirar atrás, Louis se encaminó hacia su padre. Sin quitarle la vista de encima, (Tuapodo) observó el buen rollo que había entre ellos y tuvo que sonreír al ver cómo Mark le revolvía el pelo a su hijo.
Instantes después, Judith regresó del baño y, mirándola, exclamó:
—No me lo puedo creer. ¿Louis te ha dejado sola?
—Lo he echado yo, no te preocupes.
—Pero bueno, ¿qué os ocurre a vosotros dos? ¿Por qué siempre que os veis estáis igual?
(Tuapodo), encogiéndose de hombros, sonrió:
—No lo sé. El caso es que entre ese guaperas y yo no hay feeling.
En ese momento, Judith oyó su nombre, miró hacia atrás y vio que Louis se despedía de ella y se marchaba. Cuando él desapareció, miró a su amiga, que bebía tranquilamente de su cerveza, y dijo:
—Pues lo creas o no, Louis es un tipo estupendo.
(Tuapodo) sonrió y, acercándose a ella, repuso:
—No lo dudo. Pero cuanto más lejos esté de mí... mejor.