Capitulo 33
(Tuapodo) se fue a Asturias a buscar a su hija. Al llegar allí, su abuela le preguntó rápidamente por Luchito y ella consiguió sonreír e explicarle que tenía que trabajar. Durante un par de días, eludió hablar del tema con su madre, hasta que una tarde en la que (Tuapodo) estaba en la playa con la niña, (Nmadre__) bajó con su esterilla, se sentó al lado y dijo:
—Muy bien, hija. Visto que no me lo cuentas, ¿qué ha ocurrido con Louis?
--Aiss, mamááááá. No quiero hablar de eso.
—Te ha descubierto, ¿verdad?
—Sí.
—Cuéntame qué ha ocurrido.
Desesperada, (Tuapodo) se sinceró con ella. Le contó cómo él se había enterado y lo mal que se lo había tomado. Una vez acabó, concluyó:
—Y eso es lo que ha ocurrido, mamá. Ya lo sabes todo.
(Nmadre__) asintió y tras acariciar el cabello de su hija, comentó:
—Es una pena que piense así. Ese hombre, además de ser guapo, era un buen partido para ti. Sólo había que ver cómo te miraba y miraba a Sami para darse uno cuenta de que eras especial para él.
--Era mamá. Lo has definido maravillosamente bien. Porque lo que había entre él y yo ha desaparecido —puntualizó, tocándose el colgante en forma de fresa que él le regaló.
Dos días después, regresó a Londres algo más tranquila y una mañana, tras dejar a Sami en la guardería, al pasar por una floristería sonrió al ver unas preciosas rosas rojas de tallo largo. Eran como las que Louis le había enviado durante mucho tiempo y no lo pensó. Entró en el establecimiento y encargó que le llevasen una rosa en una caja.
Cuando el mensajero dejó en el bufete del señor Tomlinson la caja, su secretaria se la llevó.
Louis, al ver la rosa, frunció el entrecejo y blasfemó al leer:
Una vez te dije que yo te regalaría flores. Espero que te guste.
(Tuapodo)
Durante unos segundos, Louis miró la flor y, ofuscado, le ordenó a su secretaria que la devolviera a su destino. Cuando la flor llegó a la casa de (Tuapodo), sin ninguna nota, ella se quedó sin habla. ¡Qué grosero! Pero dispuesta a quedarse por encima, bajó de nuevo a la floristería.
Esa misma mañana, cuando la secretaria de Louis entró con una nueva caja, en esta ocasión más ancha, éste la miró incrédulo. A diferencia de la otra vez, sonrió al ver un cactus de púas afiladas.
Cogió la tarjeta y leyó:
Esto te va más, capullo.
Y ahora, si no quieres que te llame «capullo»... ¡dímelo!
(Tuapodo)
Sin poder evitarlo, cogió aquel cactus de púas afiladas y lo colocó en un lateral de su despacho.
Después se sentó a la mesa y no pudo dejar de mirarlo durante horas.
Sin dejarse vencer por lo que sentía, (Tuapodo) lo siguió intentando. Se hacía la encontradiza con él en la puerta de su casa, pero Louis ni la miraba. Se encontraban en el quiosco de prensa los domingos, pero él sólo saludaba a Sami. Hizo todo, todo lo que pudo para que Louis hablara con ella, pero éste le daba a entender con su desprecio que parase. No quería saber nada de ella y finalmente (Tuapodo) lo aceptó.
Una tarde, mientras merendaba con Judith en una cafetería, exclamó:
—¡Se acabó! No puedo más.
Su amiga, desolada por lo que ella le había contado, suspiró y dijo:
—La verdad, creía que Louis reaccionaría.
—Te juro que si sigo arrastrándome así, me hago yo misma el harakiri. Vale, asumo que le oculté que soy militar, pero joderrrrrrrr..., ¡ya no puedo arrastrarme más! Por lo tanto, doy el tema Louis por finiquitado por mucho que me duela el corazón. Si superé lo de Luke, podré superar lo de él.
—Me joroba decirlo, pero creo que tienes razón —afirmó Judith—. Yo en tu lugar ya le habría cogido del pescuezo y seguramente matado. Y mira que a Harry a cabezón no lo gana nadie. Pero ahora, tras ver a Louis, comienzo a dudarlo.
Con un movimiento mecánico, (Tuapodo) se quitó el colgante en forma de fresa que llevaba colgado del cuello y, mirándolo, susurró:
—Se acabó. Ahora sí que se acabó. Le haré llegar este maldito colgante y después normalizaré mi vida y continuaré viviendo, ¡que no es poco!
En ese instante, sonó el teléfono de Judith.
—Hola, Gemma. —Y tras un silencio, añadió—: ¡Genial! ¿El sábado? Bien...bien... Me apunto y se apunta una amiga mía. Nos vemos allí sobre las diez, ¿te parece?
Cuando colgó, miró a (Tuapodo) y preguntó:
—¿El sábado tienes algo que hacer?
—Nada. Estaré con Sami.
Judith, sonriendo, le guiñó un ojo y le expuso:
—El sábado, Sami se quedará con tu vecina o en mi casa. Acabo de quedar con mi cuñada Gemma y unos amigos para ir a bailar y tomar unas copas a un bar cubano llamado Guantanamera, ¿lo conoces?
—No.
Judith sonrió e intentó animarla:
—Ponte guapa y sexy, que este sábado vas a gritar «¡Azúcar!».
(Tuapodo) se fue a Asturias a buscar a su hija. Al llegar allí, su abuela le preguntó rápidamente por Luchito y ella consiguió sonreír e explicarle que tenía que trabajar. Durante un par de días, eludió hablar del tema con su madre, hasta que una tarde en la que (Tuapodo) estaba en la playa con la niña, (Nmadre__) bajó con su esterilla, se sentó al lado y dijo:
—Muy bien, hija. Visto que no me lo cuentas, ¿qué ha ocurrido con Louis?
--Aiss, mamááááá. No quiero hablar de eso.
—Te ha descubierto, ¿verdad?
—Sí.
—Cuéntame qué ha ocurrido.
Desesperada, (Tuapodo) se sinceró con ella. Le contó cómo él se había enterado y lo mal que se lo había tomado. Una vez acabó, concluyó:
—Y eso es lo que ha ocurrido, mamá. Ya lo sabes todo.
(Nmadre__) asintió y tras acariciar el cabello de su hija, comentó:
—Es una pena que piense así. Ese hombre, además de ser guapo, era un buen partido para ti. Sólo había que ver cómo te miraba y miraba a Sami para darse uno cuenta de que eras especial para él.
--Era mamá. Lo has definido maravillosamente bien. Porque lo que había entre él y yo ha desaparecido —puntualizó, tocándose el colgante en forma de fresa que él le regaló.
Dos días después, regresó a Londres algo más tranquila y una mañana, tras dejar a Sami en la guardería, al pasar por una floristería sonrió al ver unas preciosas rosas rojas de tallo largo. Eran como las que Louis le había enviado durante mucho tiempo y no lo pensó. Entró en el establecimiento y encargó que le llevasen una rosa en una caja.
Cuando el mensajero dejó en el bufete del señor Tomlinson la caja, su secretaria se la llevó.
Louis, al ver la rosa, frunció el entrecejo y blasfemó al leer:
Una vez te dije que yo te regalaría flores. Espero que te guste.
(Tuapodo)
Durante unos segundos, Louis miró la flor y, ofuscado, le ordenó a su secretaria que la devolviera a su destino. Cuando la flor llegó a la casa de (Tuapodo), sin ninguna nota, ella se quedó sin habla. ¡Qué grosero! Pero dispuesta a quedarse por encima, bajó de nuevo a la floristería.
Esa misma mañana, cuando la secretaria de Louis entró con una nueva caja, en esta ocasión más ancha, éste la miró incrédulo. A diferencia de la otra vez, sonrió al ver un cactus de púas afiladas.
Cogió la tarjeta y leyó:
Esto te va más, capullo.
Y ahora, si no quieres que te llame «capullo»... ¡dímelo!
(Tuapodo)
Sin poder evitarlo, cogió aquel cactus de púas afiladas y lo colocó en un lateral de su despacho.
Después se sentó a la mesa y no pudo dejar de mirarlo durante horas.
Sin dejarse vencer por lo que sentía, (Tuapodo) lo siguió intentando. Se hacía la encontradiza con él en la puerta de su casa, pero Louis ni la miraba. Se encontraban en el quiosco de prensa los domingos, pero él sólo saludaba a Sami. Hizo todo, todo lo que pudo para que Louis hablara con ella, pero éste le daba a entender con su desprecio que parase. No quería saber nada de ella y finalmente (Tuapodo) lo aceptó.
Una tarde, mientras merendaba con Judith en una cafetería, exclamó:
—¡Se acabó! No puedo más.
Su amiga, desolada por lo que ella le había contado, suspiró y dijo:
—La verdad, creía que Louis reaccionaría.
—Te juro que si sigo arrastrándome así, me hago yo misma el harakiri. Vale, asumo que le oculté que soy militar, pero joderrrrrrrr..., ¡ya no puedo arrastrarme más! Por lo tanto, doy el tema Louis por finiquitado por mucho que me duela el corazón. Si superé lo de Luke, podré superar lo de él.
—Me joroba decirlo, pero creo que tienes razón —afirmó Judith—. Yo en tu lugar ya le habría cogido del pescuezo y seguramente matado. Y mira que a Harry a cabezón no lo gana nadie. Pero ahora, tras ver a Louis, comienzo a dudarlo.
Con un movimiento mecánico, (Tuapodo) se quitó el colgante en forma de fresa que llevaba colgado del cuello y, mirándolo, susurró:
—Se acabó. Ahora sí que se acabó. Le haré llegar este maldito colgante y después normalizaré mi vida y continuaré viviendo, ¡que no es poco!
En ese instante, sonó el teléfono de Judith.
—Hola, Gemma. —Y tras un silencio, añadió—: ¡Genial! ¿El sábado? Bien...bien... Me apunto y se apunta una amiga mía. Nos vemos allí sobre las diez, ¿te parece?
Cuando colgó, miró a (Tuapodo) y preguntó:
—¿El sábado tienes algo que hacer?
—Nada. Estaré con Sami.
Judith, sonriendo, le guiñó un ojo y le expuso:
—El sábado, Sami se quedará con tu vecina o en mi casa. Acabo de quedar con mi cuñada Gemma y unos amigos para ir a bailar y tomar unas copas a un bar cubano llamado Guantanamera, ¿lo conoces?
—No.
Judith sonrió e intentó animarla:
—Ponte guapa y sexy, que este sábado vas a gritar «¡Azúcar!».