Capitulo 42
Tres días después, seguimos en Zahara de los Atunes y nos animan a que nos quedemos más tiempo en el chalet. Al final aceptamos encantados. Harry recibe varias llamadas y mensajes de una tal Gemma y cada vez me tengo que morder más la lengua para no saltar: «¿Quién es esa mujer que llama tanto?».
Al cuarto día, Lou y yo decidimos bajar una noche a Zahara para tomar unas copas. Los chicos juegan al ajedrez y prefieren quedarse en el chalet tranquilamente.
Llegamos a un pub llamado «lacosita». Allí nos pedimos unos cubatas y nos sentamos a charlar en la barra. Hablar con Lou es fácil. Ella es divertida, charlatana y encantadora.
—¿Llevas mucho tiempo casada con Tom?
—Ocho años. Y cada día estoy más contenta de haberlo atropellado.
—¿Cómo?
Lou se carcajea y me aclara:
—Lo conocí porque lo atropellé con el coche.
Eso me hace reír.
—Cuéntamelo ahora mismo —le exijo—. Quiero saberlo todo.
Lou da un trago a su bebida y comienza a relatármelo:
—Ambos íbamos a la facultad de Oxford. Y el primer día que llevé mi coche a la facultad, cuando fui a aparcar, no lo vi y lo atropellé. Por suerte, no le hice nada salvo algún moratón al caer y poco más. Eso sí… fue un flechazo en toda regla y, a partir de ese día, no nos hemos separado.
Ambas reímos y vuelvo a preguntar:
—Oye, y el tema de los juegos, ¿quién fue el que lo propuso?
—Yo.
—¿Tú?
Ella asiente.
—Tenías que haber visto su cara la primera vez que le hablé de ello. Se negó en redondo. Pero un día lo invité a una de las fiestas donde yo solía juntarme con gente que jugaba, le presenté a Harry y, bueno… a partir de ese día ¡le gustó!
—¡¿Harry?!
—Sí. Él y yo somos amigos de toda la vida y nos movíamos por el mismo círculo. Algo que, como habrás visto, continuamos haciendo. Por cierto, creo que ya sabes que fui yo la que ese día en el hotel…
—Sí… me lo dijo Harry.
—Para mí fue un placer complaceros a los dos.
Al recordar algo, pregunto:
—Oye… ¿tú fuiste a la rueda que organizó Louis la otra noche?
—Sí —ríe Lou—. Me encantan ese tipo de juegos y a Tom lo vuelven loco.
—¿Y no te da cosa?
—¿Cosa? —se sorprende—. ¿Por qué?
—No sé… ¿No te parece denigrante estar allí para satisfacer los deseos de los hombres? Vosotras os desnudáis. Vosotras sois las entregadas. Vosotras sois las que… pues eso.
Lou suelta una carcajada y se retira el flequillo de la cara.
—No, cielo. El morbo que me provoca el momento me encanta. Me vuelve loca cómo me desean, cómo me entrega mi marido, cómo me poseen los demás. Me gusta y le gusta a Tom. Eso es lo que cuenta, que a ambos nos guste y disfrutemos de ello.
Quiero preguntarle más cosas sobre los juegos, sobre Harry, Tay o Gemma, pero suena la clásica canción Love is in the air de John Paul John y Lou grita emocionada:
—Me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar!
Divertidas, las dos salimos a la pequeña pista donde comenzamos a contonear las caderas al son de aquella bonita canción, mientras soy consciente de que varios de los hombres que se encuentran allí nos observan. Somos dos mujeres jóvenes solas y los moscones acechan.
Sobre las tres de la madrugada, Lou y yo decidimos regresar al chalet. Estamos agotadas. Caminamos hasta el BMW que hemos dejado aparcado en el parking de la playa y dos de los moscones salen a nuestro encuentro.
—Vaya… vaya… aquí están las dos bailonas del pub.
Al mirarlos, los identifico y sonrío.
—Si no queréis líos, más vale que os quitéis de nuestro camino.
Lou me mira. En su rostro veo la inseguridad. Estamos en el parking de la playa y no hay ni un alma. Yo no me dejo llevar por el miedo, agarro a Lou del codo y continúo andando en dirección al coche.
—Eh… venid a aquí, guapas. Estáis cachondas y queremos daros lo que queréis.
—Venga va… iros a la mierda —suelto.
Los hombres continúan tras nosotras. Se nota que van bebidos y siguen con sus toscas insinuaciones.
Cuando llegamos hasta el coche, exijo a Lou que me dé las llaves. Esta tan nerviosa que apenas atina a dármelas. Se las quito de la mano y entonces siento que uno de esos tipos está detrás de mí y pone su mano en mi trasero. Echo el codo hacia atrás y le doy un codazo en el esternón. Lou grita y el joven maldice. El otro intenta agarrar a Lou y, para ello, me empuja y caigo sobre la arena. Eso ya remata mi enfado y me levanto rápidamente.
El que me ha tocado el trasero se acerca para sujetarme, pero yo soy más rápida que él y le asesto un puñetazo en la mandíbula que lo hace gritar. Yo grito también, pero de dolor. Me he destrozado los nudillos. Sin embargo, el tipo se levanta y me tira de nuevo al suelo. Mis nudillos doloridos dan contra la arena y las piedras y se raspan. Eso me encoleriza y decido acabar con aquella tontería. Me levanto del suelo con la adrenalina por las nubes, me pongo en posición ante el chico, le doy un nuevo puñetazo en la mejilla y una patada en la boca del estómago. Después, agarro al tipo que sujeta por el pelo a Lou, le doy la vuelta y le suelto una patada que lo hace volar unos metros. Miro a Lou y digo:
—Vamos. Monta en el coche.
Los dos hombres están en el suelo y aprovechamos para huir. En cuanto salimos del aparcamiento de la playa y llegamos a una calle donde hay gente sentada en las terrazas detengo el coche. Me vuelvo hacia Lou y le retiro el pelo de la cara.
—¿Estás bien?
Lou, aún algo asustada, asiente.
—¿Dónde has aprendido a defenderte así?
—Kárate. Mi padre nos apuntó a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñitas. Siempre dijo que teníamos que aprender a defendernos de la gentuza y, mira, ¡tenía razón!
—Ha sido flipante. ¡Eres mi heroína! —Sonríe Lou—. Esos tipos se han llevado su buen merecido y… ¡Oh, Dios mío, (Tuapodo), tu mano!
Ambas miramos mi mano derecha. Tiene los nudillos rojos, desollados e hinchados. La muevo lo mejor que puedo e intento quitarle importancia.
—No es nada… no te preocupes. Pero necesitaré hielo para bajar la hinchazón. ¿Conduces tú, que yo no puedo?
—Por supuesto.
Lou se baja del coche y yo me corro hacia su asiento. Nada más montarse, acelera el coche y nos dirigimos hacia el chalet.
Cuando llegamos, veo que hay luz en el salón y, dos segundos después, los chicos aparecen para recibirnos. Ambas nos reímos pero, a medida que nos acercamos, Harry ve mi mano y acelera el paso.
—¿Qué te ha pasado?
Voy a responder, cuando Lou se adelanta.
—Cuando hemos salido del pub, unos tipos han intentado propasarse con nosotras. Menos mal que (Tuapodo) ha sabido defendernos. ¡Ha sido increíble! No veas qué patadas y puñetazos les ha dado. Por cierto, hay que ponerle hielo en la mano ¡ya!
La cara de Harry es un poema mientras Lou escenifica una y otra vez lo ocurrido y habla sin parar. Está tan impresionada por ello que no puede parar. Tom, al ver que las dos estamos bien, abraza a su mujer. Harry continúa a un metro de mí con gesto adusto. Noto la angustia por el susto en su mirada. Finalmente, para intentar quitar hierro al asunto, le doy un beso.
—Tranquilo. No ha sido nada. Sólo unos idiotas que querían que yo les zumbase.
—Monta en el coche, (tuapodo) —exige Harry de pronto.
—¡¿Cómo?!
Le quita las llaves de la mano a Lou, frenético.
—Me vas a decir quiénes han sido esos hijos de su madre y se las van a ver conmigo.
Tom y Lou se colocan rápidamente a su lado. Tom le quita las llaves y Lou dice:
—¿Se puede saber adónde vas?
—A darles su merecido a esos tipos. Dame las llaves, Tom.
Harry respira con dificultad. Sus ojos están furiosos.
—Maldita sea, Harry —digo, dispuesta a que olvide esa tontería—. No ha pasado nada. ¿Qué quieres? ¿Que realmente pase algo que luego tengamos que lamentar?
Mi grito hace que me mire. De un portazo cierra la puerta del coche, camina hacia mí y mientras pasa su mano por mi cintura, murmura:
—¿Estás bien?
—Sí… tranquilo. Sólo necesito agua oxigenada para limpiarme los raspones y hielo para la hinchazón.
—Dios, pequeña… —murmura posando su frente contra la mía—. Te podía haber pasado algo…
—Harry… no ha pasado nada. Es más, tenías que haber visto cómo han quedado esos tipos. —Y, mientras Lou y Tom entran en casa, añado—: Los he machacado.
Me abraza. Me aprieta contra él y mete su cara en mi cuello. Durante unos minutos permanecemos así.
—Recuerda lo que te dije: campeona de kárate.
Noto que sonríe y cómo sus músculos se relajan. Finalmente me da un dulce beso en los labios.
—Ah… pequeña, ¿qué voy a hacer contigo?
Tres días después, seguimos en Zahara de los Atunes y nos animan a que nos quedemos más tiempo en el chalet. Al final aceptamos encantados. Harry recibe varias llamadas y mensajes de una tal Gemma y cada vez me tengo que morder más la lengua para no saltar: «¿Quién es esa mujer que llama tanto?».
Al cuarto día, Lou y yo decidimos bajar una noche a Zahara para tomar unas copas. Los chicos juegan al ajedrez y prefieren quedarse en el chalet tranquilamente.
Llegamos a un pub llamado «lacosita». Allí nos pedimos unos cubatas y nos sentamos a charlar en la barra. Hablar con Lou es fácil. Ella es divertida, charlatana y encantadora.
—¿Llevas mucho tiempo casada con Tom?
—Ocho años. Y cada día estoy más contenta de haberlo atropellado.
—¿Cómo?
Lou se carcajea y me aclara:
—Lo conocí porque lo atropellé con el coche.
Eso me hace reír.
—Cuéntamelo ahora mismo —le exijo—. Quiero saberlo todo.
Lou da un trago a su bebida y comienza a relatármelo:
—Ambos íbamos a la facultad de Oxford. Y el primer día que llevé mi coche a la facultad, cuando fui a aparcar, no lo vi y lo atropellé. Por suerte, no le hice nada salvo algún moratón al caer y poco más. Eso sí… fue un flechazo en toda regla y, a partir de ese día, no nos hemos separado.
Ambas reímos y vuelvo a preguntar:
—Oye, y el tema de los juegos, ¿quién fue el que lo propuso?
—Yo.
—¿Tú?
Ella asiente.
—Tenías que haber visto su cara la primera vez que le hablé de ello. Se negó en redondo. Pero un día lo invité a una de las fiestas donde yo solía juntarme con gente que jugaba, le presenté a Harry y, bueno… a partir de ese día ¡le gustó!
—¡¿Harry?!
—Sí. Él y yo somos amigos de toda la vida y nos movíamos por el mismo círculo. Algo que, como habrás visto, continuamos haciendo. Por cierto, creo que ya sabes que fui yo la que ese día en el hotel…
—Sí… me lo dijo Harry.
—Para mí fue un placer complaceros a los dos.
Al recordar algo, pregunto:
—Oye… ¿tú fuiste a la rueda que organizó Louis la otra noche?
—Sí —ríe Lou—. Me encantan ese tipo de juegos y a Tom lo vuelven loco.
—¿Y no te da cosa?
—¿Cosa? —se sorprende—. ¿Por qué?
—No sé… ¿No te parece denigrante estar allí para satisfacer los deseos de los hombres? Vosotras os desnudáis. Vosotras sois las entregadas. Vosotras sois las que… pues eso.
Lou suelta una carcajada y se retira el flequillo de la cara.
—No, cielo. El morbo que me provoca el momento me encanta. Me vuelve loca cómo me desean, cómo me entrega mi marido, cómo me poseen los demás. Me gusta y le gusta a Tom. Eso es lo que cuenta, que a ambos nos guste y disfrutemos de ello.
Quiero preguntarle más cosas sobre los juegos, sobre Harry, Tay o Gemma, pero suena la clásica canción Love is in the air de John Paul John y Lou grita emocionada:
—Me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar!
Divertidas, las dos salimos a la pequeña pista donde comenzamos a contonear las caderas al son de aquella bonita canción, mientras soy consciente de que varios de los hombres que se encuentran allí nos observan. Somos dos mujeres jóvenes solas y los moscones acechan.
Sobre las tres de la madrugada, Lou y yo decidimos regresar al chalet. Estamos agotadas. Caminamos hasta el BMW que hemos dejado aparcado en el parking de la playa y dos de los moscones salen a nuestro encuentro.
—Vaya… vaya… aquí están las dos bailonas del pub.
Al mirarlos, los identifico y sonrío.
—Si no queréis líos, más vale que os quitéis de nuestro camino.
Lou me mira. En su rostro veo la inseguridad. Estamos en el parking de la playa y no hay ni un alma. Yo no me dejo llevar por el miedo, agarro a Lou del codo y continúo andando en dirección al coche.
—Eh… venid a aquí, guapas. Estáis cachondas y queremos daros lo que queréis.
—Venga va… iros a la mierda —suelto.
Los hombres continúan tras nosotras. Se nota que van bebidos y siguen con sus toscas insinuaciones.
Cuando llegamos hasta el coche, exijo a Lou que me dé las llaves. Esta tan nerviosa que apenas atina a dármelas. Se las quito de la mano y entonces siento que uno de esos tipos está detrás de mí y pone su mano en mi trasero. Echo el codo hacia atrás y le doy un codazo en el esternón. Lou grita y el joven maldice. El otro intenta agarrar a Lou y, para ello, me empuja y caigo sobre la arena. Eso ya remata mi enfado y me levanto rápidamente.
El que me ha tocado el trasero se acerca para sujetarme, pero yo soy más rápida que él y le asesto un puñetazo en la mandíbula que lo hace gritar. Yo grito también, pero de dolor. Me he destrozado los nudillos. Sin embargo, el tipo se levanta y me tira de nuevo al suelo. Mis nudillos doloridos dan contra la arena y las piedras y se raspan. Eso me encoleriza y decido acabar con aquella tontería. Me levanto del suelo con la adrenalina por las nubes, me pongo en posición ante el chico, le doy un nuevo puñetazo en la mejilla y una patada en la boca del estómago. Después, agarro al tipo que sujeta por el pelo a Lou, le doy la vuelta y le suelto una patada que lo hace volar unos metros. Miro a Lou y digo:
—Vamos. Monta en el coche.
Los dos hombres están en el suelo y aprovechamos para huir. En cuanto salimos del aparcamiento de la playa y llegamos a una calle donde hay gente sentada en las terrazas detengo el coche. Me vuelvo hacia Lou y le retiro el pelo de la cara.
—¿Estás bien?
Lou, aún algo asustada, asiente.
—¿Dónde has aprendido a defenderte así?
—Kárate. Mi padre nos apuntó a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñitas. Siempre dijo que teníamos que aprender a defendernos de la gentuza y, mira, ¡tenía razón!
—Ha sido flipante. ¡Eres mi heroína! —Sonríe Lou—. Esos tipos se han llevado su buen merecido y… ¡Oh, Dios mío, (Tuapodo), tu mano!
Ambas miramos mi mano derecha. Tiene los nudillos rojos, desollados e hinchados. La muevo lo mejor que puedo e intento quitarle importancia.
—No es nada… no te preocupes. Pero necesitaré hielo para bajar la hinchazón. ¿Conduces tú, que yo no puedo?
—Por supuesto.
Lou se baja del coche y yo me corro hacia su asiento. Nada más montarse, acelera el coche y nos dirigimos hacia el chalet.
Cuando llegamos, veo que hay luz en el salón y, dos segundos después, los chicos aparecen para recibirnos. Ambas nos reímos pero, a medida que nos acercamos, Harry ve mi mano y acelera el paso.
—¿Qué te ha pasado?
Voy a responder, cuando Lou se adelanta.
—Cuando hemos salido del pub, unos tipos han intentado propasarse con nosotras. Menos mal que (Tuapodo) ha sabido defendernos. ¡Ha sido increíble! No veas qué patadas y puñetazos les ha dado. Por cierto, hay que ponerle hielo en la mano ¡ya!
La cara de Harry es un poema mientras Lou escenifica una y otra vez lo ocurrido y habla sin parar. Está tan impresionada por ello que no puede parar. Tom, al ver que las dos estamos bien, abraza a su mujer. Harry continúa a un metro de mí con gesto adusto. Noto la angustia por el susto en su mirada. Finalmente, para intentar quitar hierro al asunto, le doy un beso.
—Tranquilo. No ha sido nada. Sólo unos idiotas que querían que yo les zumbase.
—Monta en el coche, (tuapodo) —exige Harry de pronto.
—¡¿Cómo?!
Le quita las llaves de la mano a Lou, frenético.
—Me vas a decir quiénes han sido esos hijos de su madre y se las van a ver conmigo.
Tom y Lou se colocan rápidamente a su lado. Tom le quita las llaves y Lou dice:
—¿Se puede saber adónde vas?
—A darles su merecido a esos tipos. Dame las llaves, Tom.
Harry respira con dificultad. Sus ojos están furiosos.
—Maldita sea, Harry —digo, dispuesta a que olvide esa tontería—. No ha pasado nada. ¿Qué quieres? ¿Que realmente pase algo que luego tengamos que lamentar?
Mi grito hace que me mire. De un portazo cierra la puerta del coche, camina hacia mí y mientras pasa su mano por mi cintura, murmura:
—¿Estás bien?
—Sí… tranquilo. Sólo necesito agua oxigenada para limpiarme los raspones y hielo para la hinchazón.
—Dios, pequeña… —murmura posando su frente contra la mía—. Te podía haber pasado algo…
—Harry… no ha pasado nada. Es más, tenías que haber visto cómo han quedado esos tipos. —Y, mientras Lou y Tom entran en casa, añado—: Los he machacado.
Me abraza. Me aprieta contra él y mete su cara en mi cuello. Durante unos minutos permanecemos así.
—Recuerda lo que te dije: campeona de kárate.
Noto que sonríe y cómo sus músculos se relajan. Finalmente me da un dulce beso en los labios.
—Ah… pequeña, ¿qué voy a hacer contigo?